El espectro del escribidor: adiós Mario Vargas Llosa
20.04.2025
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20.04.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza las luces y sombras de la vida del recién fallecido Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Sostiene que «para algunos críticos, la condición panfletaria de las últimas novelas de Vargas Llosa como vehículo de crítica a los colectivismos y apología al (neo)liberalismo es demasiado evidente. Sin embargo, también es evidente la razón: el escritor ya se había posicionado como un referente cultural de la derecha latinoamericana, sino hispanoamericana, por su prolongada residencia en España (…) Por lo tanto, en el caso de Vargas Llosa, la discusión sobre la separación de obra y vida del autor resulta artificial, impostada, sino redundante».
La muerte de Mario Vargas Llosa generó una serie de repercusiones en el ámbito literario, pero también en lo político. Los primeros en manifestarse fueron quienes, desde el momento de conocerse la noticia, se han centrado en su producción literaria para exaltar profusamente su obra. Una tarea relativamente fácil, pues, en general, existe consenso sobre la valoración de la calidad de su escritura. Y sí, la evidencia es copiosa: el premio Nobel de Literatura el año 2010 (y de una gran cantidad de otros premios que sería tedioso enumerar) deja una producción extensa y monumental, traducida en distintos idiomas, dotada de una pluma carismática y fluida en distintos géneros. Desde sus primeras novelas se notó el oficio del escribidor, una rigurosidad en la prosa que decantó en un estilo pulcro y a la vez evocador. Sus historias, situadas en Perú o en otros países de Latinoamérica, daban cuenta en su representación de una realidad común, pulsante, en la ebullición polarizada de la segunda mitad del siglo XX. Desde el barrio periférico hasta los grandes salones de quienes detentan el poder, los personajes de sus obras cruzan espacios sociales en conflicto y, en su movimiento, retratan a un continente marcado por las dictaduras y las contradicciones propias de sus historias nacionales.
La gran cantidad de publicaciones en portales noticiosos y en redes sociales que elogian la obra y la genialidad de Vargas Llosa fueron un aliciente para el oportunismo del marketing editorial, ese que aparece en dos ocasiones: para los premios y para los obituarios. Así, las obras del autor peruano fueron rescatadas –sino resucitadas– desde el polvo de las bodegas y del fondo de los estantes; luego trasladadas a la luz de las góndolas y de las vitrinas para un nueva vida. En pocos días se espera que suban las ventas y, posiblemente, varios títulos aparezcan en los rankings de los más vendidos de la semana. Quizás no sea suficiente para celebrar una resurrección pero, al menos, la prolongación de una media vida, la creación de un fantasma literario.
A pocas horas de su muerte, Vargas Llosa ya era un espectro moviéndose por las librerías y por el ciberespacio, pero no sólo para recordarnos de la trascendencia de su obra, sino también de sus matices como figura pública. No es de extrañar que se volviera a hablar de sus polémicas literarias con otros autores, especialmente del boom, porque gran parte de ese quiebre tuvo relación con su giro radical desde la izquierda hacia el liberalismo más recalcitrante. En este punto, vuelve a surgir una pregunta muy presente en la discusión actual sobre la posible o imposible separación de la obra con la vida o posicionamiento ideológico de su autor. Para algunos críticos, la condición panfletaria de las últimas novelas de Vargas Llosa como vehículo de crítica a los colectivismos y apología al (neo)liberalismo es demasiado evidente. Sin embargo, también es evidente la razón: el escritor ya se había posicionado como un referente cultural de la derecha latinoamericana, sino hispanoamericana por su prolongada residencia en España. Era una voz autorizada, validada por su trayectoria artística y también política. Por lo tanto, en el caso de Vargas Llosa, la discusión sobre la separación de obra y vida del autor resulta artificial, impostada, sino redundante.
Si se considera que en varias de sus novelas, como Historia de Mayta (1984), La fiesta del chivo (2000), Cinco esquinas (2016); y, sobre todo en El pez en agua (1993), su autobiografía con énfasis en su trayectoria política –que incluso lo llevaría como candidato a la presidencia del Perú–, se cruzan su virtuosismo literario con la crítica a distintas realidades de su país y de América Latina, lo que generó una constante tensión con el pensamiento progresista y el de las izquierdas más tradicionales. En otras palabras, su producción literaria fue una constante fuente de polémicas que lo mantuvieron vigente y en un permanente rol del adversario para los políticos e intelectuales de la vereda opuesta y de referente indiscutido para los de su bando.
El espectro de Vargas Llosa seguirá presente sobre todo en la derecha y en la ultraderecha latinoamericanas, puesto que han perdido a su figura cultural más prominente. Como señala Atilio A. Boron en El hechicero de la tribu. Mario Vargas Llosa y el liberalismo en Latinoamérica: “Si tuviéramos que nombrar a un escritor, un intelectual, un personaje público que ha trabajado incansable y eficazmente para introducir en las sociedades latinoamericanas el engañoso sopor mental del liberalismo, o para perpetuar la sumisión de las grandes masas, la desinformación programada, el atraso cultural de sujetos que no pueden percibir alternativa alguna a un mundo cruel que los victimiza y embrutece, esa persona es, precisamente, VLl (Vargas Llosa)” . A pesar de esto –o más bien, debido a esto– es que la figura del escribidor seguirá gravitando por mucho tiempo en la derecha latinoamericana, porque su partida deja un enorme vacío que difícilmente podrá llenar uno de los actuales pensadores liberales, muchos de ellos formados a su sombra, pero que, hasta el momento, apenas se lucen con ideas extraídas de redes sociales y reflexiones que apenas sirven de contenido para una publicación en TikTok.
Al parecer, con la muerte de Vargas Llosa no solo se acaba una generación literaria, la del boom, que a principios de este siglo se diluía sin herederos directos; también se estaría dejando vacante una tribuna desde la cual, a través de la reflexión situada en una profusa producción ensayística, autobiográfica y ficcional, se exponían planteamientos en sí debatibles, que se alineaban con las ideas procapitalistas y liberales, validaba posiciones negacionistas, pero con cierta contundencia, al menos prosódica y estilística. Es muy posible que Vargas Llosa siga presente, pero como un eco más dentro de la caja de resonancia y replicación que él mismo ayudó a construir.