La OTAN, ¿un matrimonio por conveniencia que llega a su fin?
03.03.2025
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03.03.2025
Donald Trump tiró el mantel en su relación con Europa buscando una redefinición de sus obligaciones y derechos con la OTAN. El autor de esta columna escrita para CIPER hace un repaso del origen del tratado y de su evolución, sosteniendo que el desafío es mayúsculo para los países miembros: “En realidad, el desafío europeo excede la cuestión de seguridad. En última instancia se trata de resolver su cohesión como bloque en términos económicos y políticos; la guerra en Ucrania y la actual política de EE. UU. han reavivado la llama de la identidad europea, pero no son suficientes para consolidarla”.
De acuerdo al tipo de amenaza a un bien que se busca proteger o a unos objetivos que se desea alcanzar es que se determina el tipo de seguridad que se necesita. Es el caso de la alianza militar llamada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Como toda historia de pareja, tiene momentos icónicos que marcan sus tres etapas con objetivos y componentes diferentes.
La OTAN emergió tras la II Guerra Mundial, Estados Unidos (EE. UU.) como principal superpotencia militar y económica, mientras Europa estaba destruida y la Unión Soviética (URSS, conformada alrededor de Rusia) extendía su influencia en Europa Oriental. Winston Churchill declaró en 1946 que existía una “cortina de hierro” que dividía Europa; su confirmación física sería el muro de Berlín años más tarde. Fue el reconocimiento oficial de que el mundo era bipolar, con dos superpotencias dominantes.
En abril de 1949 se fundó la OTAN con 12 países como expresión de la alianza entre los EE. UU. y Europa Occidental. La dote: el plan Marshall de reconstrucción de Europa Occidental. La amenaza era el “comunismo” y todo el mundo el campo de batalla. La destrucción mutua asegurada por medio de armas nucleares convirtió a la guerra en “fría”, con episodios muy violentos en las guerras Corea y Vietnam (llamadas ahora “guerras proxi”, o sea donde pelean los grandes a través de otros), invasiones como en Guatemala o República Dominicana y de operaciones político-militares (llamadas ahora “guerras híbridas”), como en Chile. La OTAN, que poco a poco se amplió con cuatro países adicionales (En 1952 se incluyó a Grecia y Turquía. En 1955 a Alemania Occidental en 1955 y a España en 1982), se concentró en la contención en Europa, aunque algunos de sus países acompañaron operaciones de EE. UU. en otras latitudes.
Pasados 40 años, en 1989 el muro de Berlín fue derribado, el “campo socialista” se desmembró y la URSS se disolvió en 1991. El colapso del bloque socialista de Europa acabó con la guerra fría. Francis Fukuyama, un influyente autor de relaciones internacionales, publicó en 1992 su libro “El Fin de Historia”. Fue el reconocimiento oficial de que el mundo era unipolar, con una sola potencia dominante. Como muchas parejas maduras, la OTAN entró en crisis de identidad: ¿quién soy, para qué estoy aquí?
Mientras todavía se desarrollaba la crisis del campo socialista se prometió no ampliar la OTAN el Este. Luego de algunas dudas, pese a la oposición de algunos “consejeros de matrimonio” como Kissinger, al igual que ocurre con muchas parejas, la alianza decidió ampliar su familia para extender su influencia y control: en 1999 se sumaron tres países (Polonia, Hungría y Checoslovaquia), otros siete en 2002 (Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia) y dos más en 2009 (Albania y Croacia). Todos ellos de la ex esfera de influencia soviética. Además, por esos años invitaron a Georgia y Ucrania a unirse a la OTAN. No fue la respuesta a una amenaza, fue más fuerte la tentación de extenderse hacia el Este con objetivos más ambiciosos que los originales.
Pero los años siguientes mostraron que el mundo ya no era el mismo. Teniendo como telón de fondo un cambio de época producto del cambio tecnológico y otros factores globales, el mundo ha desplazado el eje económico del Atlántico al Indo-Pacífico y se está produciendo un re balance del poder internacional a un mundo multi-poder, con nuevas potencias y actores, con EE. UU., China y Europa como grandes unidades en el balance de poder. Rusia se muestra como potencia regional con armamento nuclear de alcance global. A la par, existen varias potencias regionales emergentes, como India, Brasil, Sudáfrica, Vietnam y Corea del Sur, entre otras. El hito del nuevo balance de poder es la guerra en Ucrania; su conclusión, será el reconocimiento definitivo de que vivimos en un mundo multipolar, de diversas potencias en equilibrio.
El realineamiento de la política exterior de EUA está directamente asociado al desplazamiento de su principal desafío estratégico de Europa al Indo-Pacífico. Para poder mantenerse como “el primero entre iguales” necesita fuertes ajustes internos: mantener la primacía tecnológica, especialmente en inteligencia artificial; desarrollar capacidades en microchips; fortalecer sectores industriales claves, y establecer un balance comercial. Su respuesta a la expansión China en la “ruta de la seda” es de contención. En América Latina, la presencia China se nos presenta como una especie de guerra fría comercial y sus inversiones son calificadas de “malévolas”.
Cómo se ubicará Europa en ese escenario depende de cuáles son las amenazas a su seguridad y sus intereses. En términos de defensa, aparte de Rusia, no existe ninguna potencia que tenga intereses o que pueda ocupar territorio europeo (sin contar las pretensiones sobre Groenlandia de EE. UU.). Incluso sin contar con los recursos estadounidenses, con relación a Rusia, Europa la supera sobradamente en población, producto y gasto militar. Pero, en última instancia, depende del apoyo y el paraguas de los EE. UU.. Además, carece de la fuerza que dé respaldo de poder para sus intereses en su entorno inmediato. Eso se ha hecho evidente por la irrelevancia de Europa en los acontecimientos en el Medio Oriente, con la excepción de Turquía en Siria o el Mar Negro. Así, sus desafíos de seguridad en términos de poder militar le hacen imperioso ampliar sus capacidades en la industria militar, espacial y en la movilización de efectivos, así como fortalecer sus alianzas con terceros.
La percepción europea sobre amenazas del exterior o internas incluye los ciberdelitos y el riesgo para la infraestructura crítica (un ejemplo es la seguidilla de cortes en los cables submarinos). Sin embargo, sus principales amenazas provienen de otros factores: la dependencia energética que ha estado en el centro del estancamiento económico alemán requerirá definir una política (¿nuclear o verde?). El rezago en áreas tecnológicas críticas en las cuales no tienen liderazgo, como en semiconductores, computación cuántica e inteligencia artificial, necesitaría inversiones y esfuerzos comunes. Las políticas heterogéneas de migración que no han logrado integrar suficientemente poblaciones provenientes de diversas latitudes y culturas, han generado discriminación, polarización, radicalización y extremismo. A ello se suma la amenaza del terrorismo y del crimen organizado.
Con todo, el principal desafío de seguridad no proviene de Rusia por acción ni de los EE: UU. por omisión. Proviene de la integración europea misma en términos económicos y políticos, especialmente de la (in) existencia de una política exterior y de defensa común. Por lo pronto, se proponen reforzar sus capacidades y definir estrategias comunes en regiones claves como el Mar Negro o el Mar Báltico. Asimismo, tratar con “asertividad” posibles alianzas (por ejemplo, India) y a China, que representa 34% de sus importaciones y 9% de sus exportaciones, como competidor comercial, más que como enemigo.
Como en toda disputa de pareja, han salido a flote viejos resentimientos y se han dicho cosas hirientes. Pero ni EE. UU.ni Europa querrán divorciarse.
El país liderado por Trump no abandonará Europa. Ha impuesto límites, pospuestos por mucho tiempo, y comienza a actuar de acuerdo a sus propias prioridades actuales, en la cual los europeos no caben de la misma forma. Pero sí le son importantes: son sus principales socios comerciales, juntos representan más de un tercio del comercio mundial y son fuertes inversores en su país. Aunque reduzcan su compromiso, mantendrán a la OTAN como instrumento de influencia. A través de ella han formado una alianza que se ha mostrado capaz de contener por medios convencionales a Rusia en Ucrania. Además, Europa les ha acompañado en muchos conflictos, desde la Guerra de Corea en 1950, hasta la lucha contra el terrorismo desde 2001, llegando al extremo de facilitar cárceles clandestinas en su territorio. Es una alianza con la que comparten un amplio trabajo de inteligencia global. Estados Unidos no va a dejar su presencia determinante en una región en la cual, separados o juntos, los países europeos son un actor relevante en el balance de poder. Una región que alberga a 100 mil de sus efectivos en 38 bases militares ubicadas en 11 países; donde despliega más de 100 ojivas nucleares en cinco países europeos; donde se asienta la VI Flota con base en Italia. Esta proyección de fuerza le permite a EE. UU. mantener una influencia clave en la propia Europa y fortalecer sus políticas a todo el entorno, desde el Mediterráneo al Báltico, en África del Norte y el Medio Oriente.
Europa sabe que no puede decir “me voy a vivir sin ti”. En realidad, tampoco quiere hacerlo; muchos de sus integrantes, especialmente los bálticos, confían en reforzar el compromiso atlántico. Además, los EE. UU. son su principal socio comercial, en inversiones y tecnología. Y es que, en efecto, sin la cooperación de los EUA no existe garantía de seguridad en última instancia. Por eso, el Programa de trabajo de la Comisión Europea en 2025 se propone “una nueva era para la Defensa y la Seguridad Europeas”, trabajando para “reforzar la preparación de Europa para las crisis y la defensa, … construir una verdadera unión de defensa de la UE …. y mantener una estrecha cooperación con la OTAN”.
Pese a la retórica europeísta que resalta el “buscar la independencia de EUA”, la pretensión de la autonomía estratégica tiene un espinoso, incierto y largo camino. Lo más probable es que se incremente su compromiso en defensa y se refuercen algunas políticas comunes. A la vez que mantenga su alianza atlántica, probablemente defina políticas para buscar alianzas con otros actores, por ejemplo, con India (cortejada por muchos). En realidad, el desafío europeo excede la cuestión de seguridad. En última instancia se trata de resolver su cohesión como bloque en términos económicos y políticos; la guerra en Ucrania y la actual política de EUA han reavivado la llama de la identidad europea, pero no son suficientes para consolidarla.
Aunque las campanas todavía no toquen al vuelo por la reconciliación, las partes caminan a esta nueva etapa con los dientes apretados. A pesar de que los europeos hagan un fuerte esfuerzo en defensa, la seguridad europea seguirá girando en torno a la OTAN. El hito para el fin de esta crisis dependerá de cómo se cierre el conflicto en Ucrania. En paralelo, cada una de las partes, hasta donde les sea posible, ajustará su política exterior según sus intereses globales. Como en un matrimonio desgastado, puede haber desacuerdos y tensiones que se terminan negociando, pero el divorcio no está en el horizonte.