Cara de pena, de descuido o de sorpresa: cómo las redes sociales distorsionan la autenticidad
01.03.2023
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01.03.2023
Sobre «selfies que lloran», comunidades de intercambio de fotos supuestamente espontáneas y filtros que borran rasgos étnicos trata esta columna de opinión para CIPER, de inquietante actualidad: «Vivimos tiempos de tal dominio del libremercado que incluso la propia aflicción atrae anunciantes. Y entonces también la pena es parte de una puesta en escena; nada de lo que se exhibe en público es azaroso.»
Las tendencias en las redes sociales van más allá de una moda: son indicativas de problemáticas que, con diferencias entre culturas, indican corrientes comunitarias y generacionales dignas de un análisis serio. En una columna previa [ver «Individuación, sociedad virtual y la “persona posmoderna” frente a internet», en CIPER-Opinión 25.01.2023] comentábamos cómo en paralelo a la norma de mostrar fotos personales intachables (cuerpos musculosos, siluetas fit, sonrisas imperturbables y trabajadas), ha surgido también la costumbre de lo contrario: hacer circular imágenes no tan ventajosas y sin filtros, o borrosas. Así, muchos jóvenes administran ya dos cuentas de Instagram, no antagónicas sino que complementarías: una, estratégicamente cuidada y de apariencia sofisticada; la otra, sin edición (con fotos al despertar, en una borrachera, con cigarrillos de marihuana en la mano, etc.). Esta moda tiene un nombre: finsta, como diminutivo de «fake Instagram» [más en ZILO 2019].
En esta cuesta de exhibición de una supuesta sinceridad —o realidad alternativa—, también podemos observar otra tendencia, reciente, constituida por las «crying selfies» (selfies que lloran).
En noviembre de 2021, la modelo Bella Hadid, publicó en su cuenta de Instagram —donde tiene más de cincuenta millones de seguidores— varias fotos con su rostro hinchado y los ojos húmedos, junto al texto: «Las redes sociales no son la realidad». No tardaron en imitarla en sus respectivas redes sociales la actriz Madelaine Petsch o las cantantes Lizzo y Adele. Esta última, famosa y superventas baladista británica, llegó a llorar durante una transmisión en vivo en FaceTime que alcanzó más de 3,4 millones de likes
Para Vanessa Lalo, psicóloga francesa especialista en prácticas numéricas, este aluvión de lágrimas en las rr.ss. es un tema de salud mental: una gran cantidad de usuarios están hartos de la exhibición de contenidos perfectos, y por ende buscan personas reales que se parezcan a ellos. Pero incluso la tendencia por lo auténtico puede ser poco verídica. Viviríamos, según Lalo, algo así como un bling-bling de emociones; una exhibición a ultranza y sobreactuada, siempre a la caza de los tan anhelados likes. De la deriva comercial de esto es buena prueba el caso de la actriz Lili Reinhart, quien, a fuerza de evocar en su cuenta de Instagram (28 millones de seguidores) sus momentos de tristeza o de agobio terminó siendo contratada por una marca de suplementos alimenticios que supuestamente alivian los ataques de ansiedad.
«Sadfishing», algo así como «pesca de tristeza», le ha llamado a todo esto la periodista británica Rebecca Ried. Vivimos tiempos de tal dominio del libremercado que incluso la propia aflicción atrae anunciantes. Y entonces también la pena es parte de una puesta en escena, un cuadro trabajado, donde nada que se exhibe en público es azaroso.
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En 2020, Alexis Barreyat y Kévin Perreau, dos jóvenes programadores franceses, inventaron la aplicación “BeReal”, la cual a la fecha impone a diario su ritmo a 20 millones de usuarios en todo el mundo. Quien la descarga (gratis) recibe una notificación diaria y en horarios variables con la misión de, dentro de los siguientes dos minutos, fotografiar su rostro y su entorno inmediato, disparándose casi simultáneamente las cámaras delantera y trasera del teléfono. Estas dos tomas yuxtapuestas luego se vuelven visibles para una red de conocidos elegidos por el propio usuario.
Supuestamente, BeReal («sé auténtico») promueve la autenticidad y la participación, ya que cada usuario debe haber publicado sus fotos para descubrir las de los demás. No hay likes, avisos publicitarios ni contadores de suscriptores, pero tampoco filtros ni retoques posibles. Eso sí, la aplicación «acusa» a quien ensaya sus fotos antes de publicarlas (el número de intentos se indica debajo de la foto final) y también indica si el usuario ha tardado más de dos minutos en hacerlo.
La promoción de la app indica: «Descubre qué hacen realmente tus amigos en su vida diaria. Muéstrales quién eres realmente. BeReal no te hará famoso […]. Si quieres convertirte en influencer, quédate en TikTok o Instagram».
En definitiva, en BeReal se expone lo cotidiano de la vida, sin artificios ni riesgos de adicción (sólo se autoriza una publicación por día). La sucesión de fotos muestra comidas poco atractivas, habitaciones desordenadas, teclados, pantallas… perros y gatos bajo una iluminación tenue. Pese a ello, y sin ningún tipo de publicidad, el uso de la aplicación se ha disparado, con más de 77 millones de descargas desde su lanzamiento, en 2020. Estados Unidos es el país más aficionado a este «regreso a la realidad» (33% de las descargas), por delante del Reino Unido (9%) y Francia (6%). A fines de noviembre de 2022, BeReal ganó el premio a la aplicación para iPhone del año. La valoración de la compañía alcanza, al día de hoy, los 558 millones de euros.
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Irónicamente, a pesar de ser una red social diseñada para diferenciarse de sus predecesoras, los BeReal más divertidos invaden Twitter, TikTok e Instagram. Incluso una referencia de la cultura popular americana, como lo es el programa “Saturday Night Live”, mostraba en octubre pasado una rutina que involucraba las tomas de un BeReal durante un asalto a un banco.
El propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha participado y se ha sumado al fenómeno de la «fotografía sincera» para alentar a los jóvenes a vacunarse for real. Al fin, la autenticidad que reivindica BeReal, más que un hecho parece ser un leitmotiv. Según un estudio [SORTLIST 2022], más de la mitad de los usuarios de BeReal esperan estar realizando una actividad digna de interés antes de publicarla, y más de un tercio multiplican las tomas antes de subirlas y compartirlas. Solo el 9% publica la primera fotografía instantánea tomada. La absoluta autenticidad no es tal cuando está en juego una cuestión de autoimagen.
Creer que se puede ser ciento por ciento auténticos al comunicarnos en una escena social es una fantasía, estima Anne Cordier, profesora de Ciencias de la Información y la Comunicación en la Universidad de Lorraine. Eso sí, la docente-investigadora saluda la proeza de BeReal por ser una aplicación de redes sociales que navega… sobre el rechazo a las redes sociales. ¡Qué gran maniobra de márketing es embanderarse con la virtud de la autenticidad, proyectando una imagen responsable en materia de salud mental y física! Los jóvenes, en general —y el género femenino, en particular—, están conscientes de que Instagram les ha provocado cierto malestar en la relación con su propio cuerpo. Expresan una cierta preocupación, por no decir angustia, y quisieran liberarse de normas de corporeidad que son como mandatos; cánones de belleza constantemente impuestos en las rr.ss. En su libro Perfect me, la autora inglesa Heather Widdows advierte sobre una «epidemia de ansiedad» por culpa de una obsesión por la imagen corporal:
«Lo que vemos es una generación ansiosa, desesperada y obsesionada con la apariencia; lo que puede constituir un verdadero problema de salud pública.»
La revista The New Yorker bautizó como «el rostro de Instagram» el ideal de belleza de nuestros tiempos. Toda época tiene sus cánones, pero el de nuestro tiempo es «étnicamente ambiguo», según la publicación, como si lo hubiese creado un algoritmo: juvenil, sin poros visibles en la piel, de pómulos altos y regordetes, ojos de gato y pestañas largas como de dibujos animados; una pequeña nariz prolija y labios deliciosos. Indiscutiblemente, son rasgos moldeados por dos avances técnicos concomitantes: la aplicación Facetune, utilizada masivamente por los usuarios de las rr.ss. para retocar fotos, y las inyecciones de ácido hialurónico.
Así, la combinación de la revolución digital con la cirugía estética ha dado lugar a un «ideal inhumano», indica Heather Widdows. Existen precedentes históricos comparables, desde los pies vendados en la China imperial hasta las cinturas encorsetadas en la Europa del siglo XIX. Pero la característica del estándar actual de belleza es que, como nunca antes, su «tiranía» es universal. Según la filósofa, la culpa es la transición que se ha vivido «de una cultura textual a una cultura visual; un cambio fenomenal al cual todavía no le hemos tomado por completo el peso».
La política ha integrado las rr.ss. como una herramienta de propaganda, lo que ha permitido instalar un clima deletéreo fructífero (como se ha podido ver en las campañas del Brexit o del Rechazo). Pero varios tienen la impresión de que el mundo de las ideologías aún no ha dimensionado ni configurado (o centrado) su discusión en torno al cambio social que todo esto involucra, ni cómo se puede enfrentar o integrar esta variable esencial y evolutiva. Todo indica que un malestar ya no tan subyacente va de la mano con la praxis y la cultura que implementan las rr.ss. más poderosas, las cuales gozan de una logística de difusión nunca antes vista.
Siempre se la ha atribuido al escritor francés André Malraux aquella frase de «el siglo XXI será espiritual o no será». Hasta ahora, este siglo es esencialmente virtual, numérico y analógico. Y eso que estamos a la espera del boom anunciado de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización. Ese mundo de mañana, que ya es un poco el de hoy.