CARTAS: Lo no transable en Educación
29.12.2022
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29.12.2022
Señor director:
Trabajar en educación escolar supone una serie de compromisos morales intransables; entre ellos, está la responsabilidad del profesorado por construir vínculos sanos con sus estudiantes, en los que se expresen con claridad los límites de la interacción con el fin de generar espacios educativos seguros. De esta forma, es factible avanzar en una educación que promueva el bienestar y potencie el desarrollo de la identidad de las y los estudiantes, su autonomía progresiva, capacidad de juicio y responsabilidad personal, tal como nos recuerda el Informe Delors. Desde esta convicción, como docentes de la Facultad de Educación de la Universidad Diego Portales manifestamos nuestro rechazo al desarrollo, aprobación y publicación de trabajos académicos que normalizan y validan conductas que vulneran los derechos de niñas, niños y adolescentes.
Respecto de lo expresado, nos parecen inaceptables los planteamientos de la tesis «El deseo negado del pedagogo: ser pedófilo. Informe final del Seminario para optar al Título profesional de profesor y al grado de Licenciatura en Educación Media con mención en filosofía» [Quiroz, E. 2020], en que, entre otras cosas, se reduce la historia de la Educación a «una historia de la pedofilia negada» (p.22). En este trabajo, el autor señala que la noción de víctima funciona para ocultar el hecho de que niñas, niños y adolescentes son pervertidos. Así, posiciona al estudiantado de las escuelas en un lugar de máxima vulnerabilidad, quedando desprovistos de un espacio seguro y de herramientas que les permitan distinguir, pedir ayuda y protegerse ante situaciones de abuso o acoso. Lo peligroso de los argumentos del autor es que pueden justificar experiencias en que docentes violenten la integridad de sus estudiantes, cuestión que venimos combatiendo con fuerza en los últimos años y frente a lo cual no podemos dar tregua.
Como profesionales a cargo de la formación de educadoras/es y profesoras/es creemos que la tarea educativa debe asegurar, por una parte, que niñas, niños y jóvenes accedan a una educación sexual integral en el marco de su proceso formativo, considerando activamente la participación de las familias en este quehacer; y, por otra, que sus docentes les provean de espacios seguros, libres de peligros, violencias, estigmas, prejuicios y discriminación. Del mismo modo, las facultades de Educación debemos hacernos cargo de incluir en el currículo la educación integral de la sexualidad, como un saber pedagógico fundamental asociado a la función educativa. Lo anterior implica la apertura al razonamiento crítico y a la deconstrucción de categorías y saberes establecidos que tienden a invisibilizar o desvalorizar identidades diversas. Sin embargo, en ningún caso esta deconstrucción ha de entenderse como la demolición de consensos sociales que han significado avances esenciales para una coexistencia que proteja la dignidad de todas y todos los miembros de la sociedad, particularmente de niñas, niños y jóvenes.
Por último, la publicación de una tesis como esta, nos lleva a cuestionarnos una vez más el rol de las universidades en la generación, validación y difusión del conocimiento. ¿Puede una universidad validar cualquier tipo de ejercicio intelectual sin cuestionarse por los principios éticos que lo sustentan?; ¿sin preguntarse por la visión de sociedad que promueve? Creemos que no. El rol que nos compete a las universidades en el desarrollo del conocimiento no puede desmarcarse de la promoción de derechos fundamentales que, desde nuestro otro rol, el de la formación docente, buscamos profundizar y expandir.
*Esta columna la suscriben los siguientes académicos y académicas de la Facultad de Educación de la Universidad Diego Portales: