SERIE "LA TIERRA ESCLAVA", PARTE II
La agonía del café colombiano
05.05.2017
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SERIE "LA TIERRA ESCLAVA", PARTE II
05.05.2017
Ver también: El cartel del azúcar de Guatemala.
Francisco Restrepo tiene 57 años y no ha hecho otra cosa en su vida más que recoger café. Empezó a los 12 años y todavía hoy se levanta cada día antes del alba para mantener la producción de Las Margaritas, su finca de 5 hectáreas en las montañas de Andes en Antioquia, un departamento al norte de Colombia.
Su rutina consiste en llegar a la finca a las tres de la mañana para descascarar, lavar y secar los granos de café. Cuando hay buen café sus jornadas pueden alargarse hasta las 18 horas. “Quedo agotado pero esta es la única manera de amortiguar los otros nueve meses donde mengua la producción”, comenta Restrepo.
Hace cuatro años, miles de caficultores, como Restrepo, se unieron en el primer paro cafetero de la historia de Colombia. Durante 11 días, los agricultores pararon la producción para reclamar mejores condiciones al Gobierno y la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC), que agrupa a los cerca de 560.000 productores del país.
Una crisis de los precios internacionales provocó que el precio que la FCN garantiza a los caficultores alcanzara su nivel más bajo en los últimos sesenta años, según datos de la organización analizados por este medio. En protesta los pequeños productores descontentos con la marcha del sector, unidos en el Movimiento de la Dignidad Cafetera, convocaron el paro.
El movimiento surgió de la mano de esa última crisis del sector en 2013 y llevó a buena parte de los caficultores a un paro cafetero que pudo arrancarle al Estado un subsidio para los costes de producción que les ayudó a superar el bache. Hoy, los productores agrupados en esta organización han permeado a los comités departamentales y municipales que forman la FNC y reclaman más y mejores ayudas.
Casi cuatro años después la realidad de los caficultores es casi igual que entonces.
El café colombiano se cultiva en pequeñas extensiones. El 95% de los productores tienen menos de 5 hectáreas y controlan el 50% del área sembrada, según datos analizados del Censo Agropecuario Nacional de 2014. Estos agricultores se ven sacudidos por los precios internacionales, la falta de mano de obra, el poco acceso a las ayudas y las malas condiciones de vida.
El mercado del café colombiano es cada vez menos competitivo, aún así el 38% del café que produce termina en Europa. Allí, los españoles beben, en promedio, casi una taza de café al día, los alemanes, 1,2, y los holandeses beben 2,4. Ninguno de ellos sospecha que quienes han cultivado su bebida se enfrentan a condiciones adversas para lograrlo.
Colombia es el tercer exportador de café del mundo tras Brasil y Vietnam. El café colombiano tienen su origen en las casi 900.000 hectáreas de café cultivadas en las zonas montañosas de la cordillera de Los Andes, que atraviesa Colombia y se divide en tres ramas, a gran altitud sobre el nivel del mar. Alrededor del 80% del café colombiano termina en Europa y Estados Unidos.
Las plantaciones de café en Colombia
Fuente: Censo Agropecuario Nacional
La FNC, en la capital del país, es quien define el precio de compra del café a los agricultores basado en la cotización de la Bolsa de Nueva York, la tasa de cambio y la prima de calidad que recibe el grano colombiano.
“Gracias a la política de garantía de compra, los cafeteros de Colombia cuentan con un servicio que no tiene ningún otro productor agrícola del país: la comercialización asegurada de su producto a un precio transparente”, defiende la federación en su página web.
Pero de ellos también dependen las ganancias o pérdidas que puede tener el cultivo.
El productor vende hoy la carga de café (125 kg) a unos 300 dólares. Durante la crisis de 2013 ese precio llegó a caer a 125 dólares. Alexander Taborda, un pequeño caficultor con 2,4 hectáreas de cultivo especial en Andes y portavoz de Dignidad Cafetera, calcula que los costos de producción de una carga son de aproximadamente 220 dólares.
La Federación garantiza una tasación fuertemente sometida a los vaivenes del mercado internacional. Desde el 2000, este precio estuvo más del 44% del tiempo por debajo de los costes de producción, según los datos analizados por este medio.
Con este modelo, los pequeños caficultores, la base de la producción colombiana, son los que disponen de menor capacidad de reacción y recursos que los grandes sembradores ante posibles caídas de precio, los efectos del cambio climático o las plagas que acechan a los cultivos.
Así ha evolucionado este precio desde 1954, ajustado al índice de precios (IPC) en Colombia:
1) Hasta 1962, el mercado internacional del café se basaba en una competición libre entre los países productores.
2) Entre 1962 y 1963 se firma en la ONU el primer Convenio Internacional del Café y se crea la Organización Internacional del Café (1963). Estos acuerdos establecieron un sistema de cuotas entre los países para retirar del mercado excesos en la oferta de café, que contribuyeron a una relativa estabilidad de precios para los cafeteros de Colombia hasta 1975.
3) Las graves heladas de Brasil, principal país productor, provocaron un aumento de los precios. El nuevo Convenio Internacional de 1976 suspendió las cuotas en caso de alza excesiva de precios. Los caficultores colombianos recibirán ese año los mejores precios de su historia.
4) De nuevo, una grave sequía en los cafetales brasileños causa una subida de precios en 1986. Se suspenden las cuotas y, así, Colombia desplaza a Brasil como primer exportador mundial de café
5) En 1989, se eliminó el sistema de cuotas de exportación y se entra en un contexto de libre mercado.
6) Entre 1989 y 2011, los caficultores colombianos ven como el precio de su café sube y baja por la especulación de los mercados internacionales.
7) En 2013, el precio de compra garantizado cae a su peor nivel en 60 años. En respuesta, se convoca ese año el paro cafetero en busca de mejoras del sector.
8) Desde entonces, los precios se han ido recuperando en un mercado inestable.
“De la mejora no hay duda. Pero el buen precio de hoy hace que el sector se sostenga, pero maquilla que este modelo de caficultura es un modelo de aumento de costos”, dice el caficultor Taborda en referencia a la carestía de la mano de obra y los fertilizantes, que son importados y de los más caros del mercado agropecuario.
Taborda señala que en este contexto tampoco es fácil acceder a ayudas para el sector, “mucho menos si se es un productor pequeño”. Y cuando se accede al crédito, los intereses son altos y difícilmente asumibles por buena parte de los productores.
El organismo encargado de ofrecer estas ayudas es el Banco Agrario. Según su presidente, Luis Enrique Dussán, las diferentes líneas de crédito tienen una tasas anuales entre el 5% y el 8%, dependiendo del tipo de préstamo y del productor.
“Además, existen condiciones favorables con el sector ya que los plazos para financiación se fijan de acuerdo con los periodos productivos y el destino a financiar. Manejamos plazos de hasta dos años para la financiación de capital y hasta 10, para programas de inversión”, apunta.
Sin embargo, Luis Gonzaga, productor de Caldas, en pleno Eje Cafetero, cree que la teoría de Dussán no concuerdan con la práctica del día a día a pie de cultivo. “No hay celeridad en el sector financiero. Uno necesita un crédito para comprar fertilizantes. Pero el crédito termina por demorarse y cuando se lo dan ya ha pasado la época para fertilizar. O el ciclo para fumigar, si es que lo pide para fumigar”, asegura.
El director ejecutivo del comité de la FNC en Huila, departamento al sur de Colombia, Jorge Enrique Montenegro, va más allá y asegura que no hay una política real de apoyo al sector cafetero: “se piensa más en generar recursos para otras economías del país”, señala.
“El estado debe dar créditos de intereses blandos. No digo gratis, digo que esos préstamos generen intereses que vayan coordinados con los sistemas productivos. Y eso no está ocurriendo”, lamenta Montengro, que representa al departamento con mayor producción (18% del total).
El gerente de la FNC, Roberto Vélez, cree necesaria la creación de un crédito de fomento para el café. “Pero eso ya es un tema de Estado. Se lo hemos comunicado el Gobierno a través de nuestro Comité Nacional y también al Presidente, Juan Manuel Santos, en nuestro último Congreso Cafetero. Más no podemos hacer”, sentencia.
Francisco Restrepo tiene en su finca tiene una decena de trabajadores que desde las cinco de la mañana trepan por las laderas escarpadas y resbaladizas del cafetal para recoger a mano los granos rojos y maduros de café. Los echan en un cesto de goma anclado a la cintura con correas de cuero o tela.
El suelo es húmedo, el aire huele a trapiche y la humedad se siente más fuerte a medida que amanece. El trabajo del recolector de café implica arrancar a mano cada grano maduro, casi la única forma de recolectarlo. Recorrer el cafetal es dificultoso y se necesita de paciencia y cuidado.
Cuando son recolectados y seleccionados uno a uno, pasan por un cuidadoso proceso de lavado para quitar la cáscara y expulsar los granos que estén en mal estado. Después, el café se deja al sol en grandes terrazas para secar el grano. Este proceso tiene que ser muy cuidadoso para que no pierda aroma o sabor.
Para reducir los altos costes y aumentar la utilidad, los pequeños productores duplican su jornada o cuentan con el trabajo de otros miembros de la familia sin que éstos reciban salario por las horas dedicadas. También reducen el gasto en fertilización o la prevención de plagas, por ejemplo, desmejorando la producción en cantidad y calidad.
Apenas el 1% de los productores cafeteros superan las 20 hectáreas, según el censo nacional. Daniel Felipe Henao es, con 320 hectáreas de cultivos repartidas en varias fincas familiares, uno de esos pocos grandes productores que hay en Colombia. Aunque también es una rara avis en el sector: tiene 32 años cuando la media de edad del caficultor es de 58.
“¿Qué va a pasar en diez años? No va a quedar nadie para recoger café. Estamos produciendo al 70%, con pérdidas porque no podemos sacar todo el grano”, explica en el zaguán de una de sus fincas, La caja de oro, en Antioquia. “Hace falta un revolcón mecánico”, remata.
Se refiere a la falta de tecnificación en el sector. “Si no hay mano de obra que recoja el café, tendríamos que pensar en un sistema para su recolección”, dice Henao resumiendo uno de los principales reclamos que hacen los cafeteros a la FNC.
“Queremos aumentar la producción. Hoy recogemos unos 18 sacos de 60 kg por hectárea. Pero Brasil produce 27 kg, y una finca colombiana bien mantenida puede llegar a los 35 kg. Hay mucho que mejorar”, reconoce el gerente de la FNC, Roberto Vélez.
Vélez sabe que la ausencia de procesos tecnificados en la recolección de café es uno de los “cuellos de botella” en el sector. Pero a pesar de ello, no fue hasta el pasado año cuando la FNC, a través de su centro de investigación Cenicafé, lanzó el concurso Proyecto de apoyo a la cosecha asistida de café, entre universidades nacionales e investigadores locales y foráneos.
“Estamos trabajando en un sistema que permita batir el árbol para que el café vaya cayendo. Evidentemente, en los cultivos ubicados en laderas muy inclinadas no se podrá llevar a cabo; pero más del 30% de café está sembrado en pendientes de menos de 30 grados. Ahí la mecanización sí es posible”, apunta sin dar mucha más claridad del proyecto.
LA RESURRECCIÓN DEPENDE DE LOS POLÍTICOS
Los pequeños caficultores tienen las manos atadas: su futuro y las ayudas dependen de los dirigentes de la FNC, aunque ellos paguen un impuesto para mejorar el sector.
“Los productores pagamos un impuesto de seis centavos de dólar por caja exportada. Pero el Gobierno y la FNC tienen un contrato por el cual la propia Federación es la responsable de invertir esos recursos, a través del Fondo Nacional del Café, en el sector,” explica Álvaro Cano, un agricultor de Antioquia.
Los cafeteros denuncian que los recursos de este fondo han sido utilizados para realizar malas inversiones que no representan los intereses de los caficultores. Cano cree que la poca independencia de la federación y su cercanía al Gobierno es la razón de ello.
En teoría, cada departamento recibe una cantidad de fondos proporcional a la producción de café. Por ejemplo, si el departamento de Antioquia, el segundo en producción, genera el 16% del grano nacional, recibirá un 16% de los recursos.
¿Quién y cómo decide a qué destinar el dinero? El Comité Nacional de Cafeteros.
El comité está formado por un representante de cada uno de los 15 comités departamentales. Los representantes de los caficultores en estos comités se eligen en las elecciones cafeteras, en las que pueden participar todos los caficultores federados en la FNC. Se eligen seis delegados por cada departamento, 90 en total. En las últimas elecciones cafeteras de 2014, el movimiento Dignidad Cafetera obtuvo 21 de los 90 puestos.
Además de los representantes cafeteros departamentales, en el Comité Nacional de Cafeteros también participan, por parte del Estado, el director de Planeación Nacional y los ministros de Agricultura, Comercio y Hacienda.
Las inversiones del Fondo Nacional del Café se deciden por votación. Cada integrante del comité tiene un voto, al igual que los representantes gubernamentales. Salvo el ministro de Hacienda, cuyo voto puede suponer tantos como sean necesarios para lograr un empate en una votación.
En el caso de empate, la última palabra la tendría el Presidente de la República, que está representado en la mesa por el propio ministro de Hacienda.
“De ahí la falta de independencia. Muchas veces se decide la construcción de infraestructuras que en realidad son competencia estatal. Nuestra utilidad de productores se incrementaría si esos fondos se destinaran en realidad a subsidiar fertilizantes o pesticidas, a avanzar en tecnificación y en créditos especiales”, continúa Cano, pequeño caficultor.
El director del Comité Departamental de Antioquia, Álvaro Jaramillo, no oculta que este hecho genera “conflicto” en el gremio. “Por una lado, es una ventaja poder sentarse con tres ministros y el director de Planeación Nacional cada dos meses”, afirma. Pero por otro lado, “los gremios que no le manejan un fondo al Gobierno pueden tener más independencia para presionar de manera más dura públicamente”.
Jaramillo sostiene que es un riesgo “ser contestatarios” con el Gobierno, como exigen colectivos como Dignidad Cafetera, porque eso pone en peligro la cesión del manejo de los fondos económicos a la FNC. “Los críticos dirían que es como depender del papá”, concluye.
Acerca del Fondo Nacional del Café el director del Comité de Antioquia señala que “con esa plata que recibimos, hacemos desarrollo en las comunidades cafeteras”. Jaramillo asegura que la decisión se toma según las necesidades de la comunidad, “no las que nosotros creamos que son”. Y que “como no hay plata para todo” se buscan aliados en los gobiernos municipales, departamentales e incluso aliados internacionales como ONG.
Roberto Vélez, gerente de la FNC, sale al paso y asegura que los recursos del Fondo Nacional del Café van en cinco direcciones: la investigación en mejoras de cultivos y tecnificación a través de Cenicafé, la promoción en el exterior con la marca Juan Valdez, el servicio de ingenieros agrónomos gratuitos para caficultores, los subsidios a través del Banco Agrario y la garantía de compra. “La Federación tiene la obligación de tener siempre la capacidad de comprar todo el café que se produce en Colombia”, revela Vélez.
El gerente explica también que en la década de los 60 y 70, la FNC sí suplió el papel del Estado en la construcción de infraestructuras. “En zonas cafeteras construíamos acueductos, escuelas. Pero eso son deberes del Estado. Lo que sucede hoy es que junto a fondos gubernamentales, de las gobernaciones y de las alcaldías, incluimos parte de los nuestros. Pero esa parte es mínima. Es decir, por un peso que pone la FNC se consiguen 25 del Estado. Así se pueden llevar a cabo programas de infraestructura con muy poca inversión de nuestro lado. En realidad aportamos más ‘know how‘, que plata”.
Sea como sea, ni Vélez ni ninguna otra persona de la FNC ha querido facilitar a esta investigación el desglose de las inversiones del Fondo Nacional del Café que en el cierre anual de 2016 arrojó un resultado de 91.000 millones de pesos, alrededor de 32 millones de dólares.
La Federación Nacional del Café no se nutre sólo de los 6 centavos de dólar por caja exportada sino que ella misma funciona también como una exportadora más de café. O mejor dicho, como la exportadora que más grano mueve al año.
La FNC comercializó el 25% de las exportaciones entre 2007 y 2016. En ese mismo periodo, una decena de empresas y cooperativas controlaron el 50% de las ventas internacionales, según los datos de la misma Federación analizados por esta investigación. Las que más, Carcafé, que exportó el 8,9% del café; le sigue Expocafé, con el 7,5%, y Racafé, con el 7%.
Las cifras hacen referencia al grano sin tostar ni descafeinar, que representan el 98% de las exportaciones de Colombia.
“La FNC no está por defender los intereses de los productores. No es sólo que uno de cada cuatro sacos de café lo exporta ella misma, sino que los tres restantes lo hacen exportadoras privadas. Es decir, que las tres cuartas partes del negocio del café está en manos de exportadoras privadas. Y ellas son los que terminan influyendo en la FNC a través del Gobierno”, argumenta Aureliano Suárez, economista, fundador de Dignidad Cafetera (aunque ya fuera del movimiento) y excandidato a la gerencia de la federación en 2015.
No obstante, la mayor crítica que recibe la FNC, según Suárez, es el visto bueno que le dio en 2004 a un cambio en los estatutos de la Organización Internacional del Café (OIC) a instancia de Estados Unidos.
La resolución 407, aprobada en 2001, estableció unos parámetros estrictos de calidad para que el café pudiera comercializarse bajo el certificado de la OIC. Esta medida buscaba sacar del mercado a los cafés de mala calidad y así mejorar los precios. Lo que hizo la nueva resolución 420 fue abrir el abanico y permitir que todos los cafés pudieran comercializarse con un sello de la OIC, solo detallando distintos niveles de calidad.
Y ahí es cuando se empezaron a comercializar los granos de mala calidad, como el de Vietnam. De hecho, de los 115 millones de sacos que se mueven hoy en día sólo el 50% da registros de calidad, asegura el economista.
Suárez mantiene que ese alto grado de competencia no ha hecho otra cosa que poner un techo al crecimiento del caficultor colombiano. “Sobre todo al pequeño productor de una o dos hectáreas que no tiene cómo hacer frente a la injerencia del café basura del exterior, los fondos de inversión que manejan el comercio bursátil ni la tasa del peso,” concluye.
Mientras esto sucedía en el panorama internacional, la FNC sólo permitía la exportación del café tipo Excelso. Es decir, el mejor grano de Colombia, con unas medidas, sabor y calidad únicas en el mundo. Y no fue hasta 2015 que con “el propósito de mejorar el ingreso de los caficultores colombianos”, el Comité Nacional de Cafeteros autorizó la exportación de las enormes cantidades de granos de café de menor calidad y que también se producen en Colombia.
“Llegados a este punto, hay dos posibilidades: o se desmonta este sistema para rehacerlo, o se luchan por mejoras. Pero me temo que las autoridades en este país no van a pelear por nada. Ellos no representan los intereses del productor”, concluye.
De cualquier modo y hasta que una de esas dos posibilidades se materialice, pequeños productores como Francisco Restrepo seguirán saliendo a recoger café antes del alba. Seguirán echando diez, once, doce horas al día ladera arriba y abajo desgranando las matas. Seguirán pagando a un precio altísimo la poca mano de obra que le queda a la caficultura. Seguirán sin poder cuadrar los gastos con las utilidades. Y, sobre todo, seguirán viendo como se echa a perder el café, el cultivo más representativo de Colombia, mientras la FNC multiplica dividendos año tras año.
Fuente: Imágenes satelitales de ESRI World Imagery. Mapas realizados con CARTO. Fotografía de Iván M. García. El índice de precios de Colombia (IPC) fue obtenido del Departamento Nacional Administrativo de Colombia (DANE). Todos los datos de comercio internacional usados en este reportaje provienen de la base de datos de comercio internacional de BACI, basándose en datos originales de la División Estadística de la ONU.