FIFA, sobornos, cohecho e institucionalidad
07.07.2015
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07.07.2015
‘A reclamar a la FIFA’ es la frase que alude a la opacidad y dudosa integridad con la que esta institución parece operar, pues cuando una arbitrariedad favorece a sus intereses, cualquier reclamo, por justo que sea, no tendrá futuro. Con sede en Suiza, la FIFA ha sido presidida los últimos 17 años por Joseph Blatter, hijo de esta república federal cuya sociedad es reconocida como una de las más avanzadas del mundo. Cuna no sólo de los chocolates en barra, secreto bancario, relojes de lujo y de la neutralidad, sino que también de la democracia participativa moderna, con asamblea constituyente y todo. Pese a estos logros, también alberga una organización caracterizada por la corrupción. ¿Cómo es esto posible? La respuesta es sencilla: el diseño institucional.
Imagine estar a cargo de un organismo que produce millones de dólares al mes y sin ningún tipo de control ni auditoría: ¿se tentaría? Por muy suizo que sea, lo más probable es que sí. La FIFA es un modelo de lo que no debe hacerse si se quiere evitar que la deshonestidad aflore. Si los corruptos se consolidan al interior de un organismo expulsarán a los que tienen mejores intenciones, o los sobornarán para que dejen de tenerlas. La instituciones no deben esperar la llegada de hombres buenos para guiarlas por la justa senda, sino que deben estar organizadas de tal forma que resistan los embistes de aquellos que no lo son.
La misma razón está detrás de los escándalos que hemos observado en nuestro país ¿Son los políticos malas personas? Por supuesto que no, pero si el diseño institucional premia los actos impropios, no queda otra que imitar ‘lo que los demás hacen’, de lo contrario se pierde la partida, quedando sin cargo de gobierno, sin escaño en el Congreso, sin alcaldía.
Una buena porción de los empresarios tampoco lo hace mal, ahorrando millones de dólares en impuestos con argucias y trucos tributarios. Todos esgrimen sus razones para torcer la norma: competencia política, competencia en los negocios o la injusticia social. Esta falla institucional se manifiesta asimismo en el abuso de poder o la concentración económica. Es el caso de un monopolio que, enfrentado a cierta regulación recurre al Tribunal Constitucional, arguyendo que ésta contradice el rol subsidiario del Estado.
¿Qué pasa con los ciudadanos de a pie? ¿Acaso nunca hemos recibido un buen descuento a cambio de que no se nos dé la boleta? Eso es igualmente corrupción.
La importancia de las instituciones ha estado presente en la Economía desde los trabajos de Veblen y, más a la derecha del espectro político, de North y el Neo Institucionalismo, para quienes el derecho de propiedad es la principal institución. En esta misma línea, Acemoglu y Robinson platean en su libro ‘Por qué fracasan las naciones’, de moda en Chile un par de años atrás, el rol clave de las instituciones inclusivas para el desarrollo.
Consecuentemente resulta crucial discutir cuál es el diseño institucional que ponga coto a las malas prácticas y qué controles harán que este contrato pueda implementarse, lo que exige plantearnos no sólo nuevas leyes de financiamiento de la política o más atribuciones para el Servicio de Impuestos Internos, sino que también sentarnos a pensar en una nueva Constitución. Llegó el momento en el cual no hay que dejar que las instituciones funcionen: hay que modificarlas.