Los Archivos del Cardenal 2: Los Casos Reales
11.11.2014
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11.11.2014
Los dos dirigentes estaban sorprendidos. Se habían enterado que la célula de las Juventudes Comunistas (JJ.CC) del liceo Gabriela Mistral, en Independencia, se estaba transformando en una academia de artes marciales. En momentos en que el Partido Comunista se preparaba con todo para apoyar la campaña presidencial de Salvador Allende del año siguiente, el decisivo 1970, los jóvenes de ese establecimiento tenían botado el trabajo político y se adiestraban en patadas voladoras y bloqueos.
Los dirigentes, miembros de la Dirección Regional de Estudiantes de Enseñanza Media de las Juventudes Comunistas de Santiago, decidieron citar al líder de esa célula a una reunión, en el local central que por entonces tenía la “Jota” ─como se llama a las JJ.CC─ en calle Marcoleta. El que llegó era un muchacho de 17 años, vestido de escolar, de tez clara y pelo castaño, algo bajo pero fornido. Era precisamente a quien se le había ocurrido el giro hacia la lucha corporal y que oficiaba como instructor de sus compañeros.
El joven era callado y casi ni habló, salvo cuando se definió como un entusiasta de las artes marciales. Algunos años mayores que él, los dos dirigentes le explicaron en tono paternal que sus gustos eran legítimos, que los jóvenes comunistas necesitaban defenderse, especialmente ad portas de una campaña como la del año entrante. Pero le aclararon que la “Jota” resolvía “orgánicamente” sus necesidades de defensa, con la debida reserva, nunca a nivel de una organización de base, sino siempre a cargo de una instancia superior. Por lo mismo, le hicieron una propuesta: que él se incorporara a la Brigada Ramona Parra (BRP), cuya labor tenía “mucho de aventurera”, le dijeron.
El muchacho aceptó encantado. “Durante toda la reunión nunca nos contradijo”, recuerda uno de los dos dirigentes que hablaron con él. Era la primera vez que este entrevistado se topaba con Miguel Estay Reyno, quien en las filas del PC pasaría a ser conocido como “El Fanta”.
La reunión marcó un hito en la vida política de Estay Reyno. De ser un simple militante pasó a desempeñar tareas de propaganda y luego de autodefensa. Poco más tarde dio un salto al área de la inteligencia, donde se compenetró con la información más sensible y reservada del partido. Gracias a su disciplina, bajo perfil, inteligencia y gusto por el riesgo, la suya fue una carrera vertiginosa. Además, tenía el aval de la confianza: era de familia probadamente comunista.
Ese mismo ascenso abriría la puerta a una de las peores traiciones en la historia del PC. Dos años después del golpe militar, en 1975, con la estructura partidista en el exilio o sumergida en la clandestinidad, “El Fanta” fue quebrado por los servicios de inteligencia de Pinochet, tras ser traicionado por su superior, René Basoa. Luego, ambos se convirtieron en activos represores. Trabajando en equipo, la información que el PC les había confiado a los dos se transformó en un bumerang que costó la vida de decenas de militantes.
Todos los entrevistados que lo conocieron en esos años lo recuerdan como un adolescente serio, quitado de bulla y muy introvertido. Un retraimiento que algunos atribuyen en parte a la temprana separación de sus padres, ambos comunistas, ella sicóloga y él un médico siquiatra con vínculos con la intelectualidad del partido. Luego del quiebre matrimonial, la mamá se fue del hogar y el papá se quedó con los tres hijos pequeños, en un amplio departamento de avenida Santa María, en Providencia, frente al puente curvo sobre el Mapocho que ahora es conocido como “De los candados”.
“Era un cabro muy solo, tranquilo, buena leche”, cuenta “Lolo”, un militante de la “Jota” que en la adolescencia se convirtió en uno de sus mejores amigos y que habla a condición de reserva de su identidad, como casi todos los consultados para esta investigación.
“Lolo” visitaba a menudo el departamento familiar. Nunca vio rastros del papá. Siempre estaba Miguel solo con sus dos hermanos: la mayor, Patricia, estudiante universitaria de danza; y Jaime, unos tres años menor que Miguel, alumno de enseñanza media del Instituto Nacional.
Otro amigo de la “Jota” cuenta que los tres hermanos tenían una fuerte veneración por el padre, “que era un tipo callado, lejano. Les daba bastante bienestar material, pero no tenían con él un contacto de confianza”.
Los tres jóvenes hacían su vida sin que nadie les pusiera mucho freno.
La primera en comenzar a militar fue Patricia, una atractiva muchacha a la que le decían “La Gata”. Poco después lo hizo Miguel, seguido por Jaime, a quien su hermano mayor trataba siempre de proteger, asumiendo una suerte de rol paterno. Lo mismo hacía con Patricia. A Miguel no le caían en gracia las bromas de sus amigos sobre la belleza de la chica.
No era de gustos sencillos; le gustaban la ropa de calidad y la buena comida. “Lolo” recuerda a su amigo siempre ordenado y pulcro, vistiendo un elegante vestón. Casi no bebía alcohol. Otro ex “jotoso” recalca su obsesión por no engordar. Para estilizar su figura, Miguel Estay se vestía de negro. “Le preocupaba mucho ocultar su incipiente barriga y era potón. Nosotros lo jodíamos con el poto y se ponía furioso”.
Tocaba piano, clarinete, saxo, flauta traversa. Su padre le daba dinero para comprarse instrumentos y para asistir a conciertos de música clásica. “Era como bien educado, tradicional”, recalca un amigo de esos días. “Mi mamá lo adoraba porque siempre llegaba a mi casa con algo, pastelitos, flores. Ella me decía: «No es como tus otros amigotes»”.
Luego de aceptar la oferta de los dos dirigentes de la “Jota”, Miguel Estay Reyno empezó a trabajar en con la Brigada Ramona Parra (BRP), la agrupación muralista callejera del PC.
La “Jota” por esos días vivía un crecimiento exponencial. Ser de sus filas estaba de moda; grupos completos de amigos entraban.La BRP no estaba ajena a este auge. Aunque había sido fundada solo un año antes, ya tenía un creciente número de miembros.
Estay Reyno se hizo habitual en la sede de la “Jota” de Marcoleta. Bastaron pocas semanas en la brigada para que ascendiera a un cargo en el área de propaganda. Desde su nueva posición le dio a la BRP una disciplina casi militar. “A él le gustaba que marcháramos”, recuerda un ex muralista.
Si bien en el liceo no era un estudiante destacado, con sus nuevas responsabilidades los estudios perdieron para él casi toda relevancia. Según un amigo, “vivía y moría por la «Jota»”. Tampoco parecía darle gran valor a lo amoroso. Era atractivo y llamaba la atención femenina. Pero también era tímido y sólo sus más cercanos le conocieron un par de conquistas, siempre “jotosas”. “Yo le preguntaba si tenía polola y él me respondía: «Mi novia es la Revolución»”, cuenta “Lolo”.
“Miguel se obsesionó con el cargo; era un hombre muy entregado, lo cual en ese momento en las Juventudes Comunistas se veía como algo muy positivo”, asegura un dirigente secundario comunista de ese tiempo.
Un miembro del aparato de seguridaddel PC asegura que rápidamente sus superiores en la BRP descubrieron su potencial y lo promovieron. “El «Fanta» tuvo una vida corta dentro de las Juventudes Comunistas y subió rápido porque era muy inteligente”, comenta este consultado.
Además, en la BRP había probado ser un hombre de acción. Lo que a él le gustaba era proveer seguridad, gracias a su arrojo y dominio de las artes marciales. “Era un milico, un cabeza de pistola”, resume un testigo. La nueva oferta fue pasar a integrar la rama secundaria del Frente de Autodefensa de la “Jota”. Una vez más aceptó encantado. También lo hicieron sus hermanos Patricia y Jaime, además de otros cercanos suyos de la BRP.
Al Frente de Autodefensa le decían el “Equipo”. Había sido creado por el PC como grupo de choque para escoltar actos y otras actividades. No solo la “Jota” tenía autodefensas, sino que también otros órganos. Antes de la llegada de Allende a La Moneda eran comunes las peleas callejeras con otras agrupaciones, especialmente con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Para repeler esas agresiones estaba el “Equipo”. Si bien algunos de sus miembros podían portar armas cortas, la orden era usarlas solo en casos extremos y en defensa propia.
La rama secundaria del “Equipo”, a la que Estay se integró, tenía unos 60 o 70 estudiantes. Había mística y una fuerte camaradería entre sus miembros. Se sentían unos elegidos. Asistían a talleres de defensa personal de 3 o 4 horas al día, tres noches por semana. Tenían que demostrar su compromiso y valentía en refriegas callejeras que a veces terminaban a palos y cadenazos, reflejo de la creciente polarización de esos días. Además, debían evitar comentar asuntos personales. La instrucción era operar con una “chapa” o alias, manteniendo su identidad en reserva.
Para Miguel Estay, era la manera perfecta de compatibilizar el compromiso político con su gusto por el peligro. Además de las artes marciales y la música clásica, le gustaban las armas de fuego. Pero su mayor apego era por los libros y películas de misterio y ciencia ficción. Devoraba obras de estos subgéneros y a ratos daba la impresión de que se sentía uno de sus personajes. Su favorito era “Fantomas”, el oscuro protagonista de una serie de novelas policiales escritas en las primeras décadas del siglo XX por los franceses Marcel Allain y Pierre Souvestre. En su versión original, “Fantomas” es retratado como un archivillano sádico, carente de toda lealtad e infinitamente hábil para camuflarse en personalidades diferentes.
Eligió “Fantomas” como su “chapa”, del que derivaría el apodo de “Fanta” con el que sería conocido. Su hermano Jaime también optó por un alias fantasioso: “Spectre”.
Comenzó a moverse en un automóvil Volvo blanco de su padre. Mantenía su muy cuidada presentación personal, pero dejó su elegante vestón y empezó a usar chaquetas verde oliva y bototos con punta de fierro. La vestimenta ideal para la lucha callejera. Era el uniforme del “Equipo”. Todos sus integrantes compraban los bototos en un local de Mapocho. Salvo el “Fanta”, que “los mandaba a hacer a un lugar donde hacían zapatos a mano, con la caña más alta, y eran carísimos”, detalla un ex miembro.
Otra de sus misiones era servir de guardaespaldas a dirigentes de la “Jota” como el joven profesor Manuel Guerrero Ceballos, lo que le dio acceso a su entorno familiar. Un testigo del PC de entonces señala que, en privado, el “Fanta” menospreciaba a aquellas figuras partidistas que destacaban en inteligencia y oratoria, pero que nunca habían tenido a su cargo tareas confidenciales y de peligro. “Si por ejemplo yo era un dirigente callado, que nunca hablaba, pero que de repente aparecía dirigiendo un aparato secreto que si te descuidas te mata, eso a él le merecía palabras como «¡qué interesante este tipo!»”, cuenta este entrevistado.
A punta de osadías fue haciendo crecer el respeto de los suyos. “Lolo” recuerda cierta vez en que con un grupo del “Equipo” iban en un microbús por el centro de la capital. En el trayecto uno de ellos provocó a un carabinero de Fuerzas Especiales, que subió al bus para detenerlos. El policía bloqueó la puerta. Sin dudarlo, el “Fanta” saltó y lo derribó de un puñetazo. Todos lograron escapar pasando por encima del carabinero.
La entonces militante comunista Avelina Cisternas tenía 17 o 18 años cuando comenzó a trabajar en la Brigada Ramona Parra, en 1970, el año de las decisivas elecciones presidenciales entre el socialista Salvador Allende, el DC Radomiro Tomic y el independiente de derecha Jorge Alessandri. Los muralistas de la BRP salían de noche a pintar murallas, en un emblemático camión de la brigada. A lo lejos Avelina solía ver al “Fanta”. Varias veces hubo tiroteos con opositores de derecha. Los muralistas tenían la instrucción de tirarse al suelo, mientras el “Fanta” y el “Equipo” repelían el ataque.
En una de esas salidas el camión se topó con muralistas DC. De los insultos se pasó a los piedrazos. De los piedrazos a los golpes. Uno de los “Jotosos” que iba en el camión recuerda que el “Fanta” descendió de otro vehículo y, autorizado por un superior, disparó. “Lo lógico era que disparara al aire. Pero lo que hizo fue apuntar al pecho de uno de estos propagandistas. Tiró a matar”.
Según este testigo, cuando regresaron a la sede de la “Jota” en Marcoleta, se enteraron que el muralista DC había sido gravemente baleado. “Yo vi al «Fanta» eufórico. Decía: «Le di, le di». Se sentía un héroe”.
El incidente motivó una fuerte discusión interna en la “Jota”, además de una investigación judicial, que nunca logró aclarar los hechos. Dirigentes del PC hicieron saber su enfado a la dirección de las Juventudes Comunistas. Pero el “Fanta” no fue castigado, ya que esgrimió que había acatado instrucciones superiores.
En una época de fuertes convulsiones políticas, Estay era visto en el PC como un militante modelo. A fin de dedicarse a tiempo completo a la presidencial de 1970 dejó el liceo y terminó la secundaria con exámenes libres. Un miembro del equipo que se rehusó a dejar el colegio recuerda que fueron recriminados por un dirigente, que puso al “Fanta” como ejemplo: “Dijo que él había postergado sus intereses personales por la causa”.
Dados su obediencia y compromiso, no le fue difícil convertirse en el encargado máximo de la Dirección Regional de Estudiantes de Enseñanza Media de Santiago (DREMS), entre principios y mediados de 1971. Lo primero que hizo en su nuevo cargo fue formar un equipo de autodefensa. “Cuando llegaba a algún organismo del partido, al poco tiempo se convertía en jefe”, afirma un consultado que fue su superior.
Luego del triunfo de Allende, el trabajo de autodefensa se intensificó, a medida que la crispación política fue copando la vida nacional. En la derecha surgieron el Comando Rolando Matus, grupo de choque del Partido Nacional, y el paramilitar Frente Nacionalista Patria y Libertad. Los enfrentamientos callejeros con los adherentes al gobierno de la Unidad Popular se hicieron cada vez más usuales. “Si había que pegarle a alguien le pegábamos; todo era muy frío y duro”, recuerda un ex miembro del “Equipo”.
Cierto día de 1971 el “Fanta” le envió un recado a Avelina Cisternas, la joven brigadista de la BRP que solía verlo a lo lejos, en sus labores de escolta. Quería reunirse con ella. En el encuentro le dijo sin preámbulos que había sido seleccionada para integrar uno de los grupos de autodefensa. Ella recuerda que su estilo era parco, al grano, muy serio. Cuando ella aceptó, le pidió que escogiera una “chapa”. Como a Avelina no se le ocurría ninguna, le comunicó: “Te vas a llamar «Valentina»”. Un homenaje a la primera cosmonauta soviética, Valentina Tereshkova.
Aproximadamente en agosto de ese año, cuando Avelina y otros seis seleccionados iniciaron su instrucción, el “Fanta” desapareció del mapa. En una decisión estrictamente reservada, había sido seleccionado por el PC para viajar a Moscú, la capital de la Unión Soviética, donde asistiría a un curso de seguridad junto a un puñado de elegidos.
A partir de 1965, el PC había comenzado a enviar a estos cursos a militantes cuidadosamente elegidos, para profesionalizar su aparato de seguridad, en caso de un triunfo presidencial de Allende. Además, este aparato se transformó en una estructura de dirección, la que a su vez fue dividida en dos áreas: Inteligencia y Seguridad. La primera se ocupaba de analizar información de coyuntura, encriptar comunicaciones propias y de infiltrar desde partidos y gremios adversarios, hasta a las fuerzas armadas. La segunda, Seguridad, tenía a su cargo la integridad de los líderes máximos, los grupos de autodefensa y la contrainteligencia, para detectar posibles infiltraciones en las filas propias.
Los cursos en el exterior duraban entre uno y siete meses. Otros lugares de instrucción eran la República Democrática Alemana y Cuba.
El “Fanta” tenía 19 años y era el más joven del grupo que partió a la Unión Soviética. El curso duró unos cuatro meses y se realizó en la pequeña localidad de Odintsovo, unos kilómetros al oeste de Moscú. Según un dirigente que por entonces tenía responsabilidades de seguridad en el PC, ese curso capacitaba en prácticas conspirativas tales como el chequeo y contrachequeo (seguimientos y elusión de seguimientos), defensa personal y formación paramilitar, entre otros ámbitos. “Se enseñaba a la gente a practicar la actitud y personalidad de aquel que tiene una vida secreta”, resume.
El “Fanta” regresó al país en los últimos meses de 1971, todo indica que a mediados o fines de noviembre. Su paso por la Unión Soviética fue muy bien evaluado por uno de los jefes de la delegación. “Todo lo hacía bien. Era el que disparaba mejor y más rápido, y aprendió el uso de todas las armas que le presentaron”, señala un ex miembro del aparato de seguridad del PC.
El 1° de diciembre de ese mismo año ocurrió la primera gran manifestación callejera contra Allende. Organizada por la oposición de derecha, la “Marcha de las cacerolas vacías” concentró a cientos de mujeres de sectores medios y altos, que marcharon haciendo sonar ollas por la Alameda. Las escoltaban piquetes de Patria y Libertad y de la Brigada Rolando Matus.
Junto al cerro Santa Lucía, frente a la calle San Isidro, aguardaba a la columna una treintena de miembros del Frente de Autodefensas de la “Jota”. Los lideraba el “Fanta” y tenían la orden de cortar la marcha, cargando hacia el sur. En su avance debían llegar hasta San Isidro, donde se suponía que habría refuerzos. Cuando la marcha pasó frente a ellos “entramos a cortar y lo logramos”, cuenta “Lolo”. “Pero en medio de la pelotera nos dimos cuenta que al otro lado no había nadie. Se nos vino toda una masa de «fachos» encima y nos rodearon”.
Al percatarse que a sus compañeros les ganaba el miedo, “Lolo” sacó su arma y disparó al aire.
─¿¡Qué estás haciendo!? ─recuerda que le recriminó el “Fanta”, en medio de la pelea.
─¡Te estoy salvando a vos y a todos, conchetumadre!
“Lolo” y otro ex “jotoso” recuerdan otro episodio, ocurrido poco después, durante un acto en el Paseo Bulnes. Según “Lolo”, a él este incidente le dejó una gran evidencia: lo mucho que había cambiado su compañero desde que comenzó a escalar puestos en el partido.
En la manifestación las autodefensas de la “Jota” decidieron aleccionar a un trotskista (comunista de una facción no prosoviética) que repartía panfletos. Iban a liberarlo luego de darle algunos combos, pero se acercó el “Fanta” y antes de soltarlo le dijo: “Para que te acordís de nosotros”. Entonces sacó una navaja y se la clavó en el estómago. La víctima caminó unos pasos y cayó al piso, antes de ser rescatado por unos tipos que lo subieron a un auto y huyeron.
“Lolo” dice que todos quedaron helados con la escena, a su juicio “un acto sádico, irresponsable y criminal”. Junto a otros dos compañeros redactaron un informe confidencial a sus superiores, denunciando al “Fanta”. Por razones que nunca supo, sin embargo, el “Fanta” no fue sancionado. A “Lolo” lo sacaron del “Equipo”.
Otro dirigente de esos días recuerda un incidente casi calcado, durante una concentración en el Teatro Caupolicán, antes del triunfo de Allende. En una pelea el “Fanta” golpeó violentamente a un mirista. Una vez que lo redujo sacó una navaja y lo apuñaló. “Hizo lo que hacen los malos en las películas: limpió la navaja en la ropa del tipo, sin que se le moviera un músculo de la cara”.
Aunque sus superiores lo reprendieron, tampoco fue castigado.
“Su gusto por la música muestra que era un tipo de una alta sensibilidad. Pero en situaciones de acción esa sensibilidad se trastocaba en una crueldad fuera de control”, señala un ex amigo, quien menciona como ejemplo uno de los pasatiempos del “Fanta”, cuando terminaba su labor partidaria: reunir por las noches a sus amigos del “Equipo”, para ir a golpear marihuaneros y homosexuales en el Parque Forestal. “Esas salidas eran como los trabajos voluntarios, porque la otra parte era la profesional. Y él siempre pegaba más de lo que había que pegar”.
Poco después de su retorno de la Unión Soviética el “Fanta” se esfumó de las tareas de autodefensa. Había sido discretamente incorporado al aparato de inteligencia del PC, reservado solo para los militantes de mayor confianza y con aptitudes para esta área.
Asumió como responsable de un equipo de trabajo secreto, encargado de seleccionar, entrenar e infiltrar a agentes enquistados en organizaciones rivales como Patria y Libertad. La red contaba con unos 30 infiltrados, todos con perfiles que hacían difícil sospechar de ellos. “Elegimos a compañeros estudiantes de la Universidad Católica, con buen estándar de vida, de familias de derecha. Así podíamos saber lo que planeaban, que normalmente eran ataques a locales o personas nuestras”, explica uno de los integrantes de la cúpula de ese equipo.
Como todos los que entraban al aparato de inteligencia del PC, el “Fanta” debió desactivar públicamente su militancia. No volvió a aparecerse por locales partidarios y dejó de lado su ya por entonces escasa vida social. Ante cualquier consulta, incluso de compañeros de confianza, la orden para todos los reclutados era decir que se habían aburrido del partido.
Su dedicación era a tiempo completo. Empezó a recibir un sueldo. A pesar de que la mayoría de los encuentros o “puntos” se realizaban en la calle, el aparato disponía de casas y departamentos. Uno de estos inmuebles estaba en el barrio Lastarria y era conocido como “La Biblioteca”, pues tenía muchos estantes con libros. El “Fanta” guardaba ahí una pequeña colección de pistolas y revólveres.
Arriba del “Fanta”, como su superior, estaba René Basoa, un estudiante de sociología de la Universidad de Chile y miembro de la Comisión Nacional de Control y Cuadros del PC, a cargo de las labores de infiltración. Basoa era un tipo extraño. Nadie sabía de su vida privada. Además, era fofo, colorado y tenía voz de niño. En palabras de hoy, un “viejo chico”, lo que contrastaba con la marcialidad del “Fanta”. No, Basoa no era un combatiente. Era un cuadro político especializado en el manejo de información.
Según varios consultados, Basoa fue clave para que el “Fanta” fuera promovido al área de Inteligencia. Todo indica que el “Fanta” nunca olvidó eso. Era el primer dirigente que veía en él condiciones que iban más allá de las destrezas físicas.
A principios de 1973, la situación política era cada vez más volátil. El gobierno de Allende llevaba meses denunciando el peligro de una guerra civil y había convocado a los militares al gabinete, mientras era atenazado por la oposición de derecha y por la exigencia de “avanzar sin transar” de la ultraizquierda y de su propia colectividad, el Partido Socialista.
Arreciaban los rumores sobre un inminente golpe de Estado derechista. El propio Allende sabía que había una conspiración en marcha en las filas militares. Las grandes dudas eran su extensión, quiénes la lideraban y cuándo sería activada.
El aparato de seguridad del PC se reestructuró para afrontar el peor escenario. Sus mandos cortaron todos los lazos orgánicos visibles con la “Jota”. La relación se mantuvo solo con el partido adulto, a través de un contacto directo entre el jefe del aparato, que se sumergió por completo, y el secretario general, Luis Corvalán.
En abril de ese mismo año se inició la huelga de los mineros de El Teniente. Dos meses después, más de cuatro mil huelguistas marcharon sobre la capital. Fueron reprimidos por Carabineros. Cientos de ellos se concentraron en un gimnasio de la Universidad Católica de Santiago, protegidos por militantes y mandos de Patria y Libertad.
El aparato de inteligencia del PC dio la orden de infiltrarse en el gimnasio y fotografiar a todos los líderes ultraderechistas. A cargo quedaron el “Fanta” y “Lolo”, quien también se había integrado al dispositivo. Equipados con una cámara fotográfica en un bolso, lograron ingresar sin ser detectados. “Les sacamos fotos a todos los de Patria y Libertad que estaban ahí, armados, a sus jefes y dirigentes máximos. Yo estaba aterrorizado de que nos pillaran”, afirma “Lolo”.
En una entrevista publicada en el libro La noche de los corvos, de los abogados Nelson Caucoto y Héctor Salazar (2013), el “Fanta” cuenta que el golpe del 11 de septiembre lo vivió en su departamento de Providencia, en constante comunicación telefónica con su red. Así detalla lo que ocurrió posteriormente: “Pocos días después tenemos noticias que [los militares] han ido a buscar a mi papá al hospital, entonces se toma la decisión de dejar el departamento. Mi hermana se va a la casa de mi mamá, con mi hermano estuvimos arrendando piezas, en casas de seguridad. Mi papá se fue a casas de personas amigas, estuvo en la casa de unas hermanas, hasta que finalmente él se asila en octubre de 1973. Ahí no volví a verlo nunca más”.
En esa entrevista define lo que vivió en adelante su familia como “un desastre”: víctima de una severa depresión, su hermana Patricia también abandonó el país.
A pesar de este caos, él siguió operando. Salvo algunas deserciones, su red se mantuvo activa. En los primeros meses en la clandestinidad, la estructura del PC casi no recibió golpes. Muy distinto ocurría con el PS y el MIR, las dos primeras víctimas de los aparatos represivos.
El “Fanta” estuvo durante meses refugiado en el departamento de una familia comunista, en avenida Carlos Antúnez. Un dirigente clandestino recuerda haberse cruzado con él cerca de Vicuña Mackenna, en el centro. Estay Reyno mantenía la misma fisonomía. “Simplemente nos miramos sin decir nada”.
Mientras, los jefes máximos del aparato de seguridad del PC tomaban nuevas medidas para intentar sobrevivir. Se eliminó la dirección vertical, con una sola jefatura, y se constituyó un colectivo de tres miembros. En adelante las decisiones se tomarían en conjunto, pero con cada mando siendo responsable de un área específica y conectado, a su vez, con un integrante distinto de la comisión política clandestina. Además, la gente bajo su mando comenzó a ser evaluada periódicamente, tratando de medir su compromiso y templanza. En el caso de René Basoa, a mediados de 1975 decidieron no darle más tareas y apartarlo poco a poco de la estructura. El tipo parecía acobardado. “Nos daba la impresión de que su fortaleza física y psíquica no era suficientemente dura para resistir lo que se iba a venir encima”, acota uno de los responsables del aparato.
El “Fanta” no. Era visto como un “duro”. De él nadie tenía dudas.
Por esos mismos días se trasladó a una casa de seguridad en el paradero 19 de Vicuña Mackenna, donde vivía la familia de Mauricio Lagunas Sotomayor, uno de los miembros de su red.
Según una reconstrucción posterior de hechos elaborada al interior del PC, en la segunda mitad de 1975, cuando ya vivía con los Lagunas, el “Fanta” fue contactado por un viejo amigo del aparato de seguridad. Se trataba de Víctor Vega Riquelme, un muchacho que luego del golpe se asiló en una embajada sin el permiso del partido y partió a Alemana Oriental. Una falta grave, que no pasó a mayores cuando Vega explicó que había dejado el país porque estaba en peligro, pero que quería volver y colaborar con el trabajo clandestino.
Carlos Toro –dirigente del PC que había estado a cargo del aparato de inteligencia–, consideró que Vega debía especializarse como radista y cifrador de comunicaciones, una labor que sus compañeros en Santiago necesitaban con urgencia, para mantener el contacto con la cúpula en el exilio. La especialidad era muy sofisticada para la época. Incluía manejar tecnología de punta.
Una vez terminada su instrucción, Vega regresó clandestinamente a Chile. Sin embargo, su enlace para conectarse con la estructura partidaria falló. Durante semanas, “Vitoco” buscó la forma de revincularse. Y lo logró a través de Jaime Estay e Isabel Stange, el hermano menor y la cuñada de Miguel Estay Reyno. Así retomó también contacto con “El Fanta”. En todos ellos confiaba plenamente.
Quienes trabajaban en el aparto de inteligencia del PC en esa época, consideran muy probable que Vega le haya contado a Miguel Estay sobre su nueva misión.
Vega debió ser uno de los últimos compañeros en ver al “Fanta” libre. Según una declaración judicial entregada por este último en septiembre de 1985, la noche del 22 de diciembre de 1975 en la casa de los Lagunas en Vicuña Mackenna irrumpieron varios civiles armados. Encapuchados y con la vista vendada, se llevaron al “Fanta” y a Mauricio Lagunas Sotomayor.
Se trataba de agentes del Comando Conjunto. El aparato represivo liderado por la Fuerza Aérea había comenzado su embestida contra el PC, el único partido de la UP que mantenía casi incólumes sus estructuras.
En su citada declaración de 1985, el “Fanta” omitió un dato muy relevante: los agentes de seguridad llegaron a la casa guiados por René Basoa. Su superior lo había entregado. Según diría años después, todas sus medidas de seguridad estaban dirigidas a evitar una delación “desde abajo”. Jamás pensó que la traición vendría de su jefe.
El “Fanta” siempre ha dicho que en sus primeros días detenido no tuvo intención de colaborar con sus captores, a pesar de que fue sometido a salvajes torturas. Ha señalado también que en un momento fue sacado de su celda y llevado a la casa de la familia Lagunas, para incautar material político. Según su versión, en esa salida alcanzó a enviar el recado de que ya nadie del partido se podía reunir con él, especialmente su hermano menor, Jaime. Todos debían tener claro que si pedía cualquier encuentro era porque lo estaban obligando a montar una trampa.
A principios de enero de 1976, sin embargo, Jaime Estay Reyno concurrió a un punto de reunión callejero con su hermano mayor. Lo hizo acompañado de su pareja, Isabel Stange, y de Víctor Vega Riquelme, el radista llegado de Alemania Oriental. “Lo extraño es que mi hermano concurre a un punto conmigo, eso para mí es lo que verdaderamente me descoloca, porque yo confiaba en que no llegaría él, no debía haber llegado nadie”, señala el “Fanta” en el libro de Caucoto y Salazar.
Con su hermano detenido, afirma, se habría visto obligado a colaborar, para salvarle la vida a él y a su pareja. Gracias a eso, Jaime Estay y su mujer lograron exiliarse. A cambio, dice el “Fanta”, no tuvo otra salida que entregar toda la información que tenía del PC, elaborando una lista de muchos de los militantes a los que había conocido, desde el Liceo Gabriela Mistral hasta el aparato de seguridad.
Distinta fue la suerte de Víctor Vega Riquelme: hoy es un detenido desaparecido. Si bien el “Fanta” ha alegado que no tuvo nada que ver con su asesinato, sus ex compañeros del aparato de seguridad no le creen. Están convencidos de que entregó a Vega, pues estaba al tanto de su delicada misión como radista y encriptador de comunicaciones. Y que sus captores lo liberaron algunas horas para que el “Fanta” concertara la cita en la que Vega iba a ser detenido. La inclusión de su hermano Jaime y su cuñada habría sido para que el radista no sospechara y efectivamente asistiera. “El «Fanta» esperaba un trueque: su vida por la de Vega. Pero cuando tuvieron a Vega no hubo trueque, porque Vega debió contar lo importante que era su amigo. Al «Fanta» no lo soltaron, le siguieron dando duro”, señala un ex miembro del aparato de seguridad.
La traición fue sin retorno. Luego de colaborar bajo tortura pasó a ser un represor convencido, sentenciando a muerte a decenas de sus ex camaradas. Hasta hoy es imposible saber cuántos. El ex dirigente de la “Jota” Manuel Guerrero Ceballos, de quien el “Fanta” había sido guardaespaldas, fue apresado por el Comando Conjunto en 1976. Bajo tortura reconoció la voz del “Fanta” como uno de sus interrogadores. Guerrero Ceballos pudo salvar su vida ya que en su detención había sido gravemente herido, lo que dejó al descubierto el secuestro. Una vez que salió al exilio dio la voz de alarma a todo el PC: el “Fanta” había cambiado de bando.
A partir de entonces, su nombre pasó a ser sinónimo de máxima traición en el PC.
Casi diez años después, en marzo de 1985, con el país en estado de sitio, unos campesinos encontraron en un camino de Quilicura el cuerpo de Guerrero Ceballos, quien había retornado del destierro en 1982 para colaborar en la lucha contra Pinochet. A unos metros estaban los cadáveres del sociólogo José Manuel Parada y del publicista Santiago Nattino, también comunistas. Los tres habían sido degollados por efectivos de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (Dicomcar), el dispositivo de inteligencia de la policía uniformada.
La investigación judicial por este caso logró establecer que Miguel Estay Reyno integró el comando asesino, en su calidad de empleado civil adscrito a la Dicomcar, donde recaló luego del desmembramiento del Comando Conjunto. Por ese triple crimen el “Fanta” cumple hoy cadena perpetua en Punta Peuco. Desde su celda, sin embargo, logró en 2011 que el Estado chileno –a través de la comisión Valech II– reconociera su condición de víctima de torturas, por lo cual recibe una pensión mensual, entre otros beneficios.
“Nadie es tocado por una varita mágica y se transforma de la noche a la mañana. Es un proceso. Pero si hubiera tomado una decisión distinta hoy sería un detenido desaparecido más”, dijo en una entrevista a Ciper, en noviembre de 2007.
En marzo de 1982 su ex jefe en el PC, René Basoa, fue asesinado por agentes de inteligencia del Ejército, todo indica que en el marco de una pugna interna con ex miembros del Comando Conjunto adscritos a la Fuerza Aérea.
El padre y los dos hermanos del “Fanta” rehicieron su vida en México. La traición del mayor de los hijos hombres supuso un quiebre en la familia.Hasta mediados de 2014 no lo habían vuelto a ver.
Un ex miembro del aparato de seguridad lo define como “un sicópata”. Señala que él jamás habría aprobado su nombramiento como jefe de infiltración. “Nunca se convirtió en un agente hecho y derecho, porque no tuvo tiempo. Cuando él se muestra así es porque está usando una máscara de hombre súper inteligente, que le quedó pegada desde niño, porque era adicto a las revistas de superhéroes”.
“El gran error fue haberle entregado tareas delicadas sin haberle hecho un perfil sicológico, porque él era un sicópata”, coincide otro ex dirigente. A su juicio, hubo indicios que nadie quiso ver, como su extrema frialdad y disciplina, que lo llevaba a nunca discutir ninguna orden, pero también su tortuosa relación con las mujeres. Como ejemplo, menciona que años después se enteró de primera fuente que Estay Reyno tuvo una aventura sexual de una noche con una militante, a principios de los ’70, la que no funcionó debido a una disfunción erectil. “Y él reaccionó violentamente en contra de la compañera, le echó toda la culpa”.
“Lolo”, su viejo amigo de las autodefensas, tiene otra explicación. Sostiene que lo que el “Fanta” intentó con el Comando Conjunto fue emular la trama de uno de sus libros de espías favoritos, La orquesta roja, de Gilles Perrault. El texto narra las aventuras de Leopold Trepper, un espía soviético que dirigió una red infiltrada en la Alemania nazi. Bajo la máscara de colaborar con el nazismo, Trepper salvó a compañeros. “Yo creo que eso es lo que él en su fantasía intentó hacer: una delación acotada que a la larga no le funcionó”, señala “Lolo”.
Como indicio menciona que un familiar, militante comunista también y de quien el “Fanta” había sido muy amigo, se cruzó con él en la calle, cuando ya era un activo colaborador del Comando Conjunto. Iba acompañado con otros agentes represivos. “El «Fanta» lo vio y le cerró un ojo. Nunca lo denunció”.
Entre 2006 y 2007, cuando habían transcurridos más de 20 años del triple degollamiento de Guerrero, Parada y Nattino, el “Fanta” inició un silencioso proceso de acercamiento para reunirse en su celda con Manuel Guerrero hijo, a través de un par de intermediarios. Al joven, sociólogo y profesor universitario, en un principio le interesó la idea. “Yo tenía la imagen de que él miró a los ojos por última vez a mi papá y mi papá lo miró a los ojos a él antes de morir. A mí me interesaba rescatar, en los ojos del «Fanta», la última mirada de mi papá”, cuenta.
Sin embargo, Guerrero hijo declinó cuando el “Fanta” hizo públicos los sondeos en una entrevista concedida en noviembre de 2007 a Ciper. Para él fue obvio que no se trataba de un gesto sincero de arrepentimiento. “Me di cuenta de que estaba operando, que esto era administración de la información para obtener beneficios carcelarios, que no era un encuentro, sino que otra cosa”.
¿Cómo es que alguien que conoció de cerca a su familia devino en delator, luego en un activo torturador y finalmente acabó participando en el asesinato a sangre fría del hombre al que había protegido, en uno de los crímenes más horrendos de la dictadura? Manuel Guerrero hijo ensaya una respuesta: “La de ellos no era amistad, sino una relación jerárquica entre militantes, lo que para la estructura de personalidad del «Fanta» probablemente era irritante, dada su obsesión con el poder. Más que fraternidad entre compañeros, el «Fanta» sentía que siempre estuvo para los mandados, para entregar protección a dirigentes como mi padre. Cuando él se vuelve torturador al fin puede tener el control y puede decir: «Ahí te tengo, Manuel, yo soy el que tiene la sartén por el mango ahora». Durante la tortura mi papá, estando vendado, reconoció su voz. El «Fanta» le decía: «No niegues más Manuel, habla. Conocemos a tu papá, a don Manuel, a tu compañera, la Vero, y al Manolito. Habla, si ellos ya saben todo». Efectivamente, el «Fanta» en ese momento ejercía el poder total, pero reconvertido en traidor, delator y torturador”.