El Ejército de Chile y la biblioteca infame
09.09.2013
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09.09.2013
En septiembre de 1989, a seis meses de dejar el gobierno y atrincherarse en la comandancia en jefe del Ejército, Augusto Pinochet montó una ceremonia a su medida. Acompañado por colaboradores, ministros y leales de toda hora como el general Manuel Contreras, Pinochet llegó hasta la Academia de Guerra para donar cerca de 30 mil libros que había comprado con fondos públicos. No era una cifra para desestimar. Casi equiparaba al número de títulos de la Biblioteca Central que el Ejército de Chile había acumulado en toda su historia.
Hubo un discurso pronunciado por quien se imaginan y un libro de visitas en que el mismo hombre que se imaginan escribió lo siguiente:
“Aquí encontrarán los jóvenes chilenos conocimientos acordes a los tiempos modernos y necesarios para conocer también nuestra historia y dar fé (sic) que somos un pueblo valioso.
Augusto Pinochet Ugarte”.
A contar de entonces, y hasta estos días, la principal biblioteca del Ejército de Chile se llama Biblioteca Presidente Augusto Pinochet Ugarte.
Está en el Campo Militar de La Reina, a un costado de la Academia de Guerra, y contiene los fondos de lo que fue la Biblioteca Central del Ejército y el Instituto Politécnico Militar. Pero además de biblioteca, es un centro de culto y adoración, y no sólo por el óleo de grandes dimensiones en que un saludable general Pinochet, de ojos celestes y cachetes rosados, da la bienvenida a los usuarios: al fondo de la sala, en un amplio espacio anexo, está la reproducción del despacho que el dictador ocupó en La Moneda. Escritorio de trabajo, busto de Napoleón, lienzo del escudo nacional, teléfono rojo (crema, en este caso) y libros escritos por Pinochet y por varios de los premios Nobel, Pulitzer y Goncourt. Todos juntos reunidos en una misma estantería, como si Pinochet estuviera a la misma altura que los otros.
Biblioteca Presidente Augusto Pinochet Ugarte. El solo nombre agrava el dolor de las víctimas de la dictadura. Y, de paso, da cuenta de la influencia y el poder simbólico que aún hoy, con todo lo que se sabe, Pinochet sigue teniendo en un Ejército secuestrado por su figura.
Uno puede entender que en 1989, cuando se inauguró esta biblioteca, la oposición lo dejara pasar. Había muchas otras urgencias en torno al viejo dictador, que iba rumbo a sus cuarteles de invierno. Aunque con un poco más de esfuerzo, uno también puede entender que en 1997, cuando se inauguró la reproducción del despacho que el dictador ocupó en La Moneda, el gobierno de entonces hiciera la vista gorda. Ya iba rumbo a su retiro, y había tantas otras cosas más graves que se le habían aguantado. Pero a partir de 2001, cuando esa biblioteca fue ampliada y reinaugurada con el mismo nombre, ya cuesta entender. El viejo general volvía derrotado tras su detención en Londres y quizás, ya que había un gobierno socialista, era hora de empezar a abolir los símbolos de la dictadura.
Pero nada. Los símbolos del pinochetismo permanecieron y siguen permaneciendo al interior del Ejército, como si éste se mandara solo, como si fuese una institución privada, ajena al poder político. Los ejemplos abundan en la academia.
Aunque no están en los planes oficiales de estudio, los textos de Pinochet siguen siendo obras de referencia para cadetes y aspirantes a oficiales de Estado Mayor. Y en la nave central de la Academia de Guerra, a pocos metros de su biblioteca, hay una galería de honor donde destaca la foto de Manuel Contreras, ex director de la DINA, que dirigió la academia entre enero y octubre de 1974. Por eso su foto.
En las aulas, Contreras fue el mejor alumno de su generación. Pero fuera de ellas, fue todo lo contrario.Si eso último no se considera relevante para quienes dirigen el Ejército, ¿cómo entonces no suponer que en vez de arrepentimiento, hay orgullo del exterminio del que fueron parte?
De todos los símbolos, el de la Biblioteca Presidente Augusto Pinochet me parece el más significativo. Está vinculada a la Academia de Guerra, que es el centro de la intelectualidad militar y representa su pensamiento y doctrina. Ahí se forman y estudian los oficiales que dirigen y dirigirán el Ejército. También los militares extranjeros que cada año vienen a estudiar con planes de intercambio. Hoy hay de tres o cuatro países y se pasan las tardes en esa biblioteca, con la figura vigilante de un general Pinochet al óleo.
En junio último la biblioteca fue visitada por dos de las máximas autoridades militares argentinas, que deben haberse sorprendido con el culto que le siguen rindiendo sus pares chilenos a Pinochet. Los símbolos importan, y si en Argentina había alguna duda, esta se disipó en 2004 cuando la Armada de ese país descolgó el cuadro del almirante Emilio Massera desde el edificio Libertad.
En Chile, ese mismo año, el general Juan Emilio Cheyre pronunció un nunca más, asumiendo responsabilidad institucional del Ejército en las violaciones a los derechos humanos. Fue un gesto importante, pero Cheyre no se atrevió o no pudo o no quiso descolgar ningún cuadro ni cambiarle el nombre a ninguna biblioteca.
Por voluntad propia, por convicción, el Ejército no lo va a hacer. Ya no lo hizo. Entonces hay que forzarlo por medio del poder político. Quizás exigir a los candidatos presidenciales que se comprometan a ello, especialmente a quien lleva la ventaja. Es un asunto simbólico, de acuerdo, pero también la constatación de que el poder político está sobre el militar, y de que el Ejército, el Ejército de todos, a diferencia de lo que ocurre hoy, tiene razones de sobra para avergonzarse de su pasado reciente, no lo contrario.
Eso sí, para cambiar un nombre, hay que tener otro de reemplazo.Quizás, para no entrar en disputas ideológicas, habría que considerar el nombre del general Ramón Cañas Montalva. Es cierto que fue el comandante en jefe en tiempos de la Ley Maldita de González Videla, pero además de eso fue un militar notable, el hombre que Pinochet siempre quiso ser, ilustrado, íntegro, un verdadero geopolítico. En fin. Hay tantos buenos nombres. ¿Por qué quedarse con el peor?