Para los antiguos, la política estaba vinculada a los asuntos más relevantes de una comunidad. Las decisiones relevantes para la ciudad, esas decisiones relativas a la vida en común, eran materia de atención de todos, con algunas restricciones solo comprensibles en el contexto de dicha época, y sobre las cuales no es necesario jugar deshonestamente— “pero en Atenas los esclavos no eran ciudadanos,” expresión típica que se utiliza para criticar la organización ciudadana de los antiguos y, de paso, avisar que hoy, pese a que rasgamos vestiduras con la igualdad, no estamos dispuestos a darle voz, menos voto, a cualquiera.
En un escenario tal, el antiguo no distinguía entre lo público y lo privado. Sus decisiones eran, al mismo tiempo, las de la comunidad y viceversa. Lo que yo decido, es lo que decide la comunidad, lo que la comunidad decide, es decisión propia. Existían buenas razones para preocuparse de la suerte de los demás—y no solo cuando algún trágico suceso nos recuerda que hay otros y otras que comparten nuestras vidas—pero tampoco es que se tratara de una decisión conciente; uno nacía (nace), vivía (vive) y moría (muere) en los brazos de su república.
2.
Para los modernos, en cambio, la decisión de los asuntos comunes se encuentra fuera de sus propias manos. Los modernos, como se nos ha convencido a punta de ideología, no querían pasar toda su vida debatiendo, deliberando y decidiendo sobre el curso de la comunidad. Ello demandaría demasiado tiempo y, además, ¿quién se encargaría de hacer funcionar la economía? Por eso, el moderno prefiere retirarse a sus asuntos privados, sobre todo a la producción de bienes y servicios, dejando el manejo de los asuntos (materialmente) comunes a unos pocos que actúan por cuenta de otros.
Amén de la ideología del mercado, la extensión de los territorios y el crecimiento de las poblaciones sirvió de argumento pragmático para idear un mecanismo de toma de decisiones en el que la ciudadanía no comparece directamente, sino que a través de sus representantes.
Pero que las decisiones políticas se encuentren fuera de las manos de los modernos no quiere decir que se encuentren lejos de su alcance. A la base del pensamiento liberal se encuentra el mínimo deber cívico a que abre espacio esta forma de organizar la vida y las decisiones (aunque cada vez menos) comunes: la de estar atento a vigilar la forma en que nuestros representantes llevan a cabo la tarea que se les ha encomendado, la decisión de los asuntos comunes. Otra vez; esos pocos que comparecen al espacio público lo hacen por cuenta de sus mandantes, quienes están ocupados en sus asuntos privados.
3.
¿Dónde se ubica la política chilena? Desde luego lejos del primer modelo y haciendo muy poca fe del segundo. Lejos del primero, pues una república que pretenda reclamar identificación de todos y todas con sus decisiones públicas, debe comenzar por incorporarlos a todos y todas al debate. Por cierto que minorías sexuales, migrantes, pueblos indígenas, entre otros grupos marginados, poseen pocas razones para sentir las decisiones estatales como propias. Y el reclamo, en este sentido, no es sustantivo sino procedimental. Los grupos sociales marginados no sienten las decisiones estatales como propias, no porque no comulguen sustantivamente con las decisiones ahí plasmadas (mal que mal, uno puede perder el debate), sino porque su sentido de justicia siquiera ha sido tomado en cuenta (no los han incorporado al debate).
Pero la política chilena, además, presenta la peor versión posible de la democracia representativa, misma que convierte en realidad los reclamos de quienes veían en ella el camino sin retorno a una nueva forma de aristocracia: la de entregar la decisión de los asuntos comunes a unas pocas manos, quienes quieren actuar sin rendir cuentas y transformando la política, antes que en los asuntos comunes, en la administración del bienestar de otros: “la administración funcional del Estado vigente, realizada por un conglomerado de intermediarios y funcionarios que han hecho de eso—de la política a la chilena—una especialización funcional” (Gabriel Salazar, Del poder constituyente de asalariados e intelectuales, LOM: 2009, p . 5).
4.
Por eso es que nuestros políticos y políticas se molestan cuando se les pide explicación sobre sus decisiones (“se trata de una facultad entregada al Presidente por la Constitución, por lo que no tiene que dar explicaciones”, se ha dicho sobre algunas designaciones) o cuando la comunidad le hace sentir su malestar sobre sus actuaciones. Porque para nuestra (mala) clase política la representación sirve, antes que como mecanismo de designación y atribución de funciones por cuenta de mandantes, para la decisión de asuntos comunes pero sin los comunes y por la cual, luego, piden recompensa (el voto, el aplauso y casi, como nos ha enseñado la ex ministra de vivienda, la beatificación).
Por ello es que no debe extrañar que una de las primeras objeciones que se conocieron contra el reclamo estudiantil, y en contra de otros reclamos presentados por medio de la protesta, hayan adoptado, justamente, la forma (pero solo eso, la cáscara) de la respuesta representativa: “hay que dejar que las instituciones funcionen” y “si quieren que sus demandas sean escuchadas, preséntense a las elecciones.” Porque nuestra política, una de las peores formas que podría haber adoptado la representación, nos ha hecho creer que quienes ocupan los escaños públicos son titulares de una técnica especial sobre la cual nadie puede pronunciarse (“¿cuál es la propuesta técnica de los estudiantes?”, se reclamó). Y cuando alguien fuera de esa administración y de dicha burocracia se pronuncia, como lo han hecho los estudiantes, entonces la clase política es capaz de recordarnos, sin sonrojarse, que no están ahí para representar a nadie—aunque sigamos refiriéndonos al Primer Mandatario—sino que para administrar nuestro bienestar. Eso, hasta el período de elecciones, cuando vendrán a por la recompensa.
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Desgraciadamente la gran mayoría de los políticos han desencantados a los electores que los eligieron, pensando que los iban a representar correctamente, especialmente en el parlamento sin embargo hacen arreglines, componendas y acuerdos que horrorizan a los ciudadanos, es por eso que ya no tienen la confianza de nadie, es triste ya que son los llamados a gobernar en beneficio de la mayoría que los eligen y del país en general.-
Eduardo J. | 15.09.2011
Estos tipejos auto denominados políticos, que dicen ser representantes de las mayorías, y de todos los ciudadanos, en Francia para la época de la revolución abrián estado sin cabeza en menos que canta un gallo y les puede suceder de no cambiar los actores y el decorado de su obra puesta en escena por los iluminados defensores de la constitución política que nos rige actualmente.
Gabriel | 12.09.2011
Es tan amplio y grotesco el problema (no solo de este país sino del mundo) que me dificulta ver una salida. Las protestas que se manifiesta hoy no son solo por la educación, creo que hay un malestar humano por una crisis generalizada, en todos los planos tanto social, económico, filosófico, religioso, cultural y por sobre todo ambiental. El ecosistema se desangra, cuanto creen que durará la vida si las aguas se contaminan a pasos irrefrenables, la comida ya no es la misma, la gran mayoría esta contaminada por pesticidas tóxicos (aunque ya no se le tenga miedo a esa palabra) permitidos en chile o riegos contaminados por relaves de mineras, cultivos transgénicos etc. el aire de las ciudades es toxico y queramos aceptarlo o no acorta considerablemente nuestras vidas. La vida en ciudad es una lucha contra el stress constante, si es que uno no posee los recursos para alivianar la carga (vacaciones, “casa ampliaâ€, sicólogo, buenos médicos etc.) La vida se torna un castigo. Y paradójicamente los pueblos pequeños que añoramos por su vida más saludable son las peores victimas de las industrias que contaminan desmedidamente sus ecosistemas por el hecho de que no tienen ni voz ni voto ni fuerzas suficientes para detenerlas. El mercado es una bestia que nos devorará por completo antes que podamos darle un cambio radical. La obsolescencia programada es la prueba de este. La política no es otra cosa que la cara mas visible de cómo hemos llevado nuestras vidas por el peor camino.
Me refiero en este comentaría principalmente al medio ambiente porque creo que antes que la educación y los respectivos problemas, mucho antes, esta la vida y sin un sistema ecológico equilibrado ¿de que sirve todo lo demás?
Rodrigo | 09.09.2011
Mientras existan señoras cuya vida se desarrolla y muere frente a los televisores, mientras toda esa gente afuera de TVN se desintegre llorando un "acontecimiento fatídico" para nuestra historia, en lugar de hacerse cargo de asuntos realmente importantes, todo seguirá igual. El problema es que cada quién ve cuáles son sus "asuntos realmente importantes", para ellas, lo es la muerte de Felipito. Estamos condenados al subdesarrollo tanto cognitivo como social.
Kein, Alexander | 09.09.2011
Estimados, aun cuando no es mi deseo llamar a la anarquia, creo necesario recordar que a todos nos vendieron la idea de democracia, que tal como todos sabemos no es un buen sistema, pero es el mejor que se conoce...y como tal perfectible, como toda obra humana. Hoy que Maslow y su piramide cobran vida, gracias a la masividad de ciudadanos crediticios que pululan en nuestra calles; estimo que cada uno debiera darse el tiempo y espacio para pensar el pais que queremos, pero el de todos, no el de uno o algunos. Este simple ejercicio, nos haría ver que, utilizando igual principio que aquel que gobierna nuestras vidas, solo la correcta administración de nuestra riqueza nos permitirá superar gran parte de nuestros problemas, posibilitando una sociedad inclusiva, con garantías de salud, educacion, oportunidad y distribución del ingreso para todos quienes sobrevivimos, presionados por un sistema que no escucha y nos estruja. Es por ello que este 18 mi bandera ondeara con la frase "No+abuso", creo que eso lo resume todo.
Alvaro Díaz | 08.09.2011
El artículo hace una apología grosera de "los antiguos" como si el Estado Esclavista de Atenas fuese una democracia ideal. Esa idealización del pasado (donde igualmente hubo representación) no es el camino para criticar el binominalismo, los 4/7 requeridos para cambiar leyes fundamentales, los dispositivos autoritarios ni la Constitución del 80.
Lo peor es que la crítica a los políticos termina siendo una crítica a la política. Así todo seguirá igual y ningún nudo gordiano de la República Binominal será roto.
Klaudios | 07.09.2011
"Porque nuestra política, una de las peores formas que podría haber adoptado la representación" Y es que ¿cómo no va a ser de las peores? Hemos construido, y heredado, un modelo en el cual los "representantes" son parte integra de elites de la sociedad. Nuestros representantes dicen conocer la "realidad social", más nunca haberla vivido. Su falta de humildad (en el mejor de los casos -y reconozco que es un argumento casi iluso-), no les permitirá reconocer, en su fuero interior, que no saben de lo que hablan, no saben priorizar, no saben que es "mejor" para la gente. Más si saben que decisiones son las mejores para las elites de las que pertenecen. Parece mi argumento uno típico del que se encapucha, pero asumo que deviene de reflexiones y de hecho sociales concretos. Ahora, cuando emerge un político que viene desde "las bases" (eufemismo utilizado de forma ilusa para designar a esos "otros", y de manera inconsciente perpetuar la misma forma de hacer), su objetivo último es llevar el "bienestar", coronado por lo material, a si mismo y a su entorno inmediato, por lo cual, inevitablemente, es consumido por la vorágine de la elite. La política apesta, pero más apestamos nosotros que la seguimos aceptando.
