Mariana Callejas: “Es tan triste escribir y que no te publique nadie”
07.07.2010
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07.07.2010
Semanas antes del fallo de la Corte Suprema que rebajó la sentencia de primera instancia del juez Alejandro Solís de 20 años de cárcel a sólo 5 y sin cárcel para la coautora del crimen del general Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert, Mariana Callejas abrió la puerta de su departamento de dos ambientes en Providencia para conversar sobre su promisoria carrera literaria, que se vio truncada por su participación en la DINA. Sólo pidió una condición: “A mí no se me trata de usted”, advirtió.
-¿Qué estás leyendo?
He estado leyendo unos libros de Alice Miller que me prestó un amigo. Tratan de los sufrimientos de los niños mientras están creciendo y lo que repercute en la personalidad de los adultos. No sé por qué se le ocurre a mi amigo que yo voy a encontrarme a mí misma; yo ya me encontré hace rato (ríe). Es una autora que atribuye los defectos a la niñez, ¿y tú estás por eso?
-Supongo que depende de la experiencia de cada uno. A mí me hace sentido.
A mí me gusta la ficción, los libros que no sean ficción me aburren. A mi amigo yo le presté un libro que se llama Raise and fall of socialismo. Eso sí que me hace sentido… Ahora también estoy releyendo a Juan Rulfo, que lo puedo leer al menos una vez al año. Y tengo unos libros que me han llegado últimamente de Estados Unidos. Hay uno que en español se llama Las cenizas de Ángela, una biografía estupenda, entretenida, trágica, amarga, chistosa, bien escrita… las tiene todas. Este es el tipo de libros que me gusta leer.
-No parece que tengas muchos libros acá.
En Lo Curro perdí todos los libros, me los robaron, se los llevó la gente que me cuidaba la casa después de que yo me fui. Además, cuando me quitaron la casa me sacaron todo. Nunca he tenido una biblioteca muy grande, tengo la mala costumbre de prestar libros y después no me los devuelven.
-¿Tenías cosas valiosas ahí?
¿Cosas valiosas? Yo nunca he tenido cosas valiosas.
-Me refiero a libros que fueron importantes para ti.
Sí, tenía una antología de cuentos cortos. Ahí es donde leí el cuento de Juan Marín El hombre de medianoche, un cuento magnífico que no ha leído nadie. A Juan Marín lo conocen por astrónomo, no por escritor. En esa antología de cuentos del mundo aparecía también un cuento de Salvador Reyes, magnífico.
-¿Qué te pareció el cuento de Carlos Iturra, Caída en desgracia, que habla de los talleres literarios en tu casa de Lo Curro?
Me lo mostró antes de publicarlo y no lo encontré para premiarlo. Carlos escribe muy denso, pero ese cuento estaba por lo menos más claro. Y por lo menos para él era real. Tiene un final que no me gustó, una persona que termina muy triste. Yo no he terminado triste ni pienso terminar triste. Me voy a reír hasta el último minuto del día. Así que no tenía ningún derecho a ponerme como a una pobre, triste y solitaria vieja. Eso me molestó, pero no le dije que lo cambiara tampoco. El es dueño de su cuento.
-¿Cómo has estado de ánimo respecto al fallo que se viene?
Mira, yo pienso que no pueden condenarme. El juez Solís, que me cae muy bien, entre paréntesis, escribió lo que quería escribir. No tenía ningún abogado conmigo, así que no sé qué pensarán hacer. Que prueben. La prueba que tenían en mi contra es que no se encontraba en ninguna parte mi salida de Argentina; en cambio había entradas. Fuera de eso, nada más.
-Está la declaración de Michael Townley, que dice que estuviste con él cuando hizo detonar la bomba contra Carlos Prats y su esposa.
Pero esa no es ninguna prueba. Eso es lo que se llama en inglés hear say, porque alguien lo dijo, lo que se escucha de otros, los rumores.
-¿Quién es tu abogado?
Yo había contratado una niña de la Defensoría. Si yo nunca pensé que iba a necesitar abogado, así que ni me preocupé en buscar uno. Pero mis niños andaban preocupados, andaban buscando algún abogado que se hiciera cargo. A mí no me preocupa tanto porque sé que no puede haber una prueba, y no puedo creer que a uno la condenen sin pruebas. Así que he estado tranquila en el último tiempo.
-¿Entonces tus hijos han estado más preocupados que tú?
Ellos se preocupan. Se preocuparon harto cuando me encerraron (en 2003) y me mandaron al COF (Centro de Orientación Femenino), y yo les decía Pero no se preocupen, si yo lo estoy pasando bien. La verdad que no fue ningún sacrificio para mí estar en el COF.
-¿Y cómo te sientes al verte enfrentada a volver a la cárcel?
Me tendrían que poner en alguna parte, no sé dónde. Y me tendrían que poner un techo y darme de comer. Y podría escribir.
-No parece que te apremie mayormente.
No, no. Lo lamento por mis niños, y más que por mis niños lo lamento por los medios, por el escándalo. Porque mis niños me conocen, ellos saben que yo me las arreglo, pero es pesado para ellos tener una mamá como yo.
-¿Qué opinan ellos de tu historia, qué percepción tienen de ti en cuanto a tu participación política?
Es que ellos saben que mi participación política no fue tal. Yo me vi envuelta en este asunto, no es que yo haya dicha Ah, voy a pelear por esto, me voy a meter a la DINA y voy a hacer cosas, no. Yo por mí no hubiera hecho nada.
-¿Qué significa verse envuelta?
Que si Michael no hubiera insistido en que lo acompañara, yo no habría tenido por qué figurar en ninguna cosa. Pero, como era muy celoso, insistía en que lo acompaña en sus viajes.
-En sus misiones.
En sus viajes, no todas eran misiones. Y llevaba gente a la casa que era muy desagradable y que yo tenía que atender. Eso es verse envuelto. Porque yo podría haber vivido en otra parte en Santiago: en vez de haber vivido en Lo Curro, podría haber vivido en una casita en Ñuñoa y haberme desenvuelto como un ama de casa cualquiera. Me habría gustado ir a la Argentina a comprar libros, pero fuera de eso… no tenía ningún interés en viajar a Europa ni conocer a esa gente terrible que conocí.
-¿Cuándo te diste cuenta de que querías escribir? ¿Hubo alguien que te alentara, que te aplaudiera?
Enrique Lafourcade. Porque cuando llegamos a Chile, busqué a Bob Borowitz para reanudar mis amistades con Bob y su grupo, y Bob se había casado y encontré en el diario el aviso del taller literario de Enrique en el Instituto Cultural de Las Condes.
-¿Eso fue el año 74?
Así es. Entonces pensé: Si pude escribir en la Universidad de Miami, cómo no voy a poder escribir en un taller chileno. Y fui a ver si podía. Éramos 60, el lote, gente muy simpática.
-Eran bastantes…
Pero se le fueron retirando, y como él recibía un sueldo por cada alumno, no le fue conveniente seguir. Me acuerdo que Enrique se paraba en la Avenida Las Condes, a la salida del Instituto Cultural, y como era común que su mujer lo dejara plantado, que no lo pasara a buscar, Mike y yo lo íbamos a dejar a su casa.
-¿Tú no andabas sola?
No. Mike era un individuo extremadamente celoso y posesivo.
-¿Tú le dabas razones?
En realidad no, para nada. De todo el grupo creo que no me hubiera interesado ninguno. Ningún sujeto ni sujeta. Pero él lo hacía como un acto de cariño, me iba a dejar, a veces no podía, pero a buscar siempre iba porque salía de noche.
-¿Tú eras la regalona de ese grupo de Lafourcade?
Éramos 60, así que era difícil ser la regalona, pero yo creo que era la que escribía mejor, porque los demás escribían muy mal o no escribían. Había gente que no sé por qué iba en realidad. Había comerciantes, niñas que iban a mirar qué cosa encontraban, gente rara. Pero con Lafourcade nos fuimos haciendo amigos por eso mismo, porque lo íbamos a dejar a su casa.
-¿Vivían ya en Lo Curro?
No, vivíamos en Pío X. Y Lafourcade vivía en Pedro de Valdivia Norte.
-Así fue como empezaron a ser cercanos con Lafourcade…
Había leído de él por revistas que me mandaban de Chile. Entonces yo creía que este era un señor último de intelectual, serio, inalcanzable. Y cuando lo conocí lo encontré encantador, simpático, bueno para la talla, bueno para tomarse un traguito de vez en cuando… Cuando quería ser pesado, era pesado. Pero con nosotros nunca fue pesado, todo lo contrario. Hasta la última vez.
-¿Cuándo fue eso?
La última vez que lo vi fue en el lanzamiento del libro de Carlos Iturra, en el Café Literario. Se fueron todos y quedé sola con Lafourcade y Lafourcade me dijo Bueno, vámonos en taxi. Y me dio mucha risa la idea de estos dos viejos, él con bastón ya, cruzando desesperadamente lento la Avenida Providencia, con mucho tráfico, tratando de llegar al otro lado para tomar un taxi. Y me reía para adentro de pensar cuántos años habían pasado y qué jóvenes habíamos sido… Yo acababa de llegar a este departamento y no tenía teléfono fijo, así que le di el teléfono celular, sabiendo perfectamente que no me iba a llamar. Y así fue.
-¿La gente de la DINA sabía que hacías esos eventos sociales y literarios?
No les interesaba. Nunca me lo comentaron. Por eso a mí me divertía mucho cuando los literatos empezaron a decir que la DINA seguramente los espiaba. Si ellos no tenían el menor interés en esa gente, jamás me preguntaron ni el nombre. No había nadie de la DINA cuando llegaban ellos, porque se hacían los talleres cuando Michael estaba abajo o fuera del país. A la DINA no le interesaba ni la literatura ni los políticos.
-¿Porque una cosa eran las actividades literarias y otra las sociales?
Sí, se mezclaban. A veces alguien leía un cuento y después del cuento poníamos música y tomábamos vino caliente o pisco sour. Era entretenido.
-¿Efectivamente se traían cuentos y se leían? Es decir, ¿efectivamente hacían trabajo de taller?
Sí, pero ya no iba Lafourcade. Todos guiaban.
-Aparte de Iturra, Franz y Contreras, ¿quiénes asistían a los talleres?
Es que no me acuerdo quienes más estaban. Verónica Ortiz, que le decíamos la Coreana. Por ahí anda, subió como cien kilos después que la dejé de ver, era muy amiga mía… Después del asunto Letelier, cuando volví, empezaron a llegar los no literatos: Emilio Torrealba, Emilio López, que acaba de morir, ¿lo conoces tú? Emilio López era un psicólogo, amigo de Emilio Torrealba, escritor y abogado. Gloria Gálvez, que era muy amiga mía. Angélica Cofré, que también era muy amiga, pero gente que en realidad no escribía. Magdalena Vial, que era muy amiga mía.
-¿Y cómo fue ese periodo en que regresas de Estados Unidos, tras el juicio a Townley, y retomas las relaciones sociales?
Fíjate que no fue complicado. Porque yo no sé si los amigos habían tomado conciencia de lo serio que era este asunto o no, o les gustaba mucho Lo Curro, pero siguieron yendo. Entre ellos Carlos Franz y Gonzalo Contreras, todos siguieron yendo. Había piscina, lo pasábamos muy bien. Yo había traído discos nuevos, bailábamos, carreteábamos toda la noche.
-¿Cuándo se produce la ruptura con ellos?
De repente se les ocurrió a Gonzalo (Contreras) y a Iturra y a Franz ir a unas clases que estaba dando (José) Donoso, y el pobre Iturra, ingenuo, le preguntó a Donoso si podía llevarme a mí, y Marco Antonio de la Parra se indignó y dijo que si iba yo, no iba él. Se enojó muchísimo. Aplastaron al pobre Iturra, y lo divertido es que no me había preguntado a mí y yo no tenía el menor interés. A mí no me gusta Donoso. Después los demás empezaron a correrse, empezaron a llegar no tan seguido a Lo Curro. Ahí se acabó mi carrera literaria. Seguí navegando contra la corriente hasta que me botaron, y seguí escribiendo sola, y sigo.
-Da la impresión de que en algún momento, en esos años, le tomaste el gusto al vértigo de la vida de agente.
Pero yo nunca hice el papel de agente, nunca me dieron a mí una misión. Entonces no tenía por qué tomarle el gusto. Acompañar a mi marido, sí, a veces… No, si lo pasaba mal, de qué estoy hablando… Lo que daban de viático era tan miserable que apenas alcanzaba para comer, y yo había viajado antes, siempre les había traído algún regalito a mis niños, y lo había pasado bien. Y cuando se encontraba con esa gente espantosa, y no conocía gente a quien podía acudir… Así que no, en realidad no me gustó. Preferiría haber ido al África y haber hecho otra cosa más interesante.
-¿Como recuerdas hoy todo eso?
Como una feroz lata, feo, desagradable. Los italianos, desagradables. Los cubanos, hiper desagradables. Maleducados.
-¿En qué sentido?
Esto te va a parecer bien tonto, pero yo soy tonta en cierto sentido… Yo a mis niños los eduqué bien, no vamos a decir que como príncipes, pero bien educados. Y este señor, Virgilio Paz, se sentaba a la mesa con nosotros y jugaba con la saliva. Hacía esto: glip, glup, glip, glup, una cosa así, se escuchaba la saliva, y a mí me daban unas ganas de decirle Por favor, no hagas eso. ¡Me daba asco! Además escupía… Los hermanos Novo eran más caballeros.
-Y a los italianos, ¿cómo los recuerdas? Entiendo que había un profesor de literatura, académico o algo así…
-No, era un tipo que sabía mucho, Stefano delle Chiaie. El sabía muchas historias, pero por supuesto, desde su perspectiva, O sea, era nazi. Imagínate cómo me caía a mí.
-Pero en la DINA también eran nazis.
Para mí no, por lo menos a mí nunca me dijeron una palabra que pudiera implicarse que era eso. ¿Yo tratando de construir Israel a los 17 años iba a aceptar que alguien dijera algo que se asemejara al nazismo? No. Stefano además, tenía condiciones físicas que a mí me desagradaban: se perfumaba mucho. No soporto a un hombre con mucha colonia. Había uno solo que se podía llamar buenmozo, pero a ese le tomé más tirria que a ninguno porque andaba engañando a chiquillas en Santiago.
-¿Llevaba mujeres a tu casa?
Noooo. Mike no lo habría permitido. Mike era bien duro con ellos y con la gente que no pertenecía a la familia. Cuando yo acusaba a alguien o le decía algo que me molestaba, era bastante estricto, porque de cuando en cuando los milicos chicos se desbandaban.
-Esos eran los subalternos, los pelados que estaban asignados a la casa de Lo Curro, ¿no?
Los subalternos, los pelados. No querían a Mike, si dijeron toda clase de cosas, de mí más que nada. Sabían que yo era la del mal genio. A mí me destruyeron dos autos, porque no sabían manejar y aprendieron a manejar en los que eran de la familia. Y otra cosa que hicieron que me indignó mucho fue encerrar a una diuca, a un pájaro, que había hecho nido en un árbol. Y pusieron una red alrededor de un árbol para que la diuca no pudiera escaparse.
-¿Y con qué propósito?
¿Dime tú? Crueldad nomás. Y mis niños casi se murieron, estaban indignados, entonces se lo dijimos a Mike y Mike inmediatamente los mandó a sacar, sacarlo todo. Estaban tan ociosos, no hallaban qué hacer.
-Ahora, no fue eso lo más fuerte que tuviste que presenciar ahí…
Eso fue lo más fuerte. Que se habla mucho que se torturaba, que llevaban gente… Yo nunca vi, y te lo digo con toda sinceridad, nunca vi llevar a nadie, nunca vi a un extraño, un civil, jamás. Y no se me ocurre dónde podrían haber torturado a alguien. No había dónde. Dicen en los subterráneos, y la casa no tenía subterráneos.
-Pero está acreditado que a Carmelo Soria lo mantuvieron detenido ahí, lo torturaron ahí y que lo mataron en esa casa.
Pero nada que ver conmigo. Yo ni supe, estaba en Santo Domingo. A Soria lo liquidó la brigada Mulchén. ¿Qué tuve que ver yo con Soria?
-Él murió en tu casa.
Porque lo dijeron los mismos agentes de la brigada Mulchén. Pero por eso me queda claro, no porque lo haya visto. Entonces, ¿de dónde sacan las prueba para incriminarme a mí en hechos que sucedieron en Lo Curro si yo no estaba presente?
-También está el caso de un cura al que le sacaron fotografías allá con dos mujeres…
El sacerdote Zañartu. A él lo pescaron porque estaba en la cama con una de las mujeres y lo llevaron para allá. Y Mike y Roxana (la secretaria) se enojaron mucho, porque Lo Curro no era para eso.
-¿Para qué era Lo Curro entonces?
Habría que preguntarle a Manuel Contreras. Dicen que Contreras lo tenía en secreto, creo que para relaciones diplomáticas.
-Imagino que hoy en día debe resultar doloroso para ti haberle hecho pasar a tus hijos por todo lo que pasaron.
Pero por supuesto, eso es lo peor. Lo peor de lo peor. Es para arrepentirse el resto de la vida. Para darse de patadas en el traste el resto de la vida. ¿Cómo pude aguantar esto yo? ¿Por qué dejé que Mike hiciera esto? Pero… no se puede repetir la historia. Fue un mal momento, fue un mal momento cuando no encontró trabajo y estaba desesperado, estábamos desesperados, había que pagar arriendo, colegios, tú sabes cómo es. Sin trabajo, sin apoyo, y de repente aparece (Pedro) Espinoza.
-¿Y porqué crees que no fuiste capaz de detenerte, de haberte salido?
Tendría que haberme separado, tendría que haber dejado a Mike. No lo iba a dejar, primero porque lo quería, después porque los niños habrían estado indignados, porque no habrían entendido. Eran muy chicos para entender Y por la situación económica: ¿de qué vivían sino de eso? Así que seguí en el baile. Pero claro, habría sido la solución.
-Más allá de esta impresión inicial que te llevaste de esta gente de la DINA, con el tiempo tú te fuiste enterando de lo horrores que pasaban en sus cuarteles, ¿o no?
Fíjate que yo no estoy segura. No estoy segura de que fueron tales horrores. Y no tengo idea de quién podría haber torturado… Fíjate que hay una cosa bien extraña. De toda la gente de la DINA figura una mujer: yo. ¿Y quién más?
-La Flaca Alejandra, por ejemplo.
No la conocí.
-¿Pero qué me quieres decir con eso?
Que lo encuentro muy extraño. ¿Quién torturaba? ¿Quién estaba a cargo de los prisioneros, entre comillas? ¿Dónde? No tengo idea. Yo no conocí ningún cuartel.
-¿Pero estás diciendo que te caben dudas de que en esos cuarteles se torturaba y se hacía desaparecer gente?
Me caben dudas.
-¿En serio, todavía?
Todavía. Todavía porque han salido demasiado. De repente aparecen (desaparecidos) de la pared y hay que creerles, ¿pero será verdad?
-¿Esperarías algo de este gobierno?
Sí, esperaría que cambiaran algunos agregados culturales.
-¿Como Carlos Franz?
-Como Franz (ríe) No le tengo mala especial a Carlitos, encuentro no más que es una tontería decir lo que el dijo: que yo era una señora que iba a la Biblioteca Nacional a reclutar gente. Y apenas conozco la Biblioteca Nacional. Lo que siempre me ha extrañado es por qué Bolaño me tenía tan mala a mí, Bolaño, que no conocía esto, que no me conoció a mí.
-Al parecer te duele el hecho que Carlos Franz y Gonzalo Contreras hayan renegado de ti.
Fíjate que cuando tu dices me duele, te digo con toda sinceridad que a mí ninguna cosa me duele. Me pasan las cosas por encima. Yo sé lo que hago. Ahora, si he dejado algunas cagadas, eso me molesta, pero lo que hacen los demás me tiene sin cuidado. Me producen curiosidad más que nada. Pienso: Qué pensarán, cómo es posible que no se den cuenta que las cosas salen a la luz, que las verdades salen y que van a quedar de mentirosos. Podría escribir mucho más, pero para qué. Con lo que escribí en el último libro sobre los talleres literarios me basta. No me interesa dejar mal a nadie. De ellos dos sé mucho más de lo que ellos quisieran, pero nada que tenga importancia.
-¿Como es tu vida hoy?
Tranquila, bonita, lo paso bien. Vivo sola aquí. Tengo a la familia, los principales: mi hija, que vive en Viña, y los chiquillos que viven acá: Bryan es uno de ellos y el otro también es un encanto. Tengo uno que trabaja en Nueva York y otro que es abogado en Washington, así que están todos bien.
-¿Y tu círculo de amigos?
Mmm…, tengo nuevos y tengo los bien antiguos, los de antes de, que tenían la misma ideología. Y los que conozco de 40, 50 años, siguen igual, y con ellos me las arreglo de lo más bien, no necesito más.
-¿Pero tienes gente cercana que te visita, que tú visitas?
Sí, sí. Tengo familia acá en La Reina, en Viña, mis hijos, y amigos no, amigos no mucho, fuera de un amigo geólogo.
-¿Te reconocen en la calle?
A veces, pero nunca he recibido una mala palabra o un mal gesto. No me puedo quejar, la gente es muy cordial, así que no llevo una mala vida. Escribo, leo, escucho música, ¿y qué más se hace en esta vida?
-El otro día, hablando por teléfono, me contabas que habías dejado de escribir.
Estoy escribiendo, pero escribo aquí (apunta a su sien) Tengo un libro escrito, pero lo tengo que poner en letras. Además tengo escrita una novela y saqué personajes de casi todos los italianos que pasaron por Lo Curro. Tengo una cantidad de personajes que son reales, bueno, todos mis personajes son reales.
-¿Qué cuentas ahí en particular en esa novela de los italianos?
Fíjate que es bien interesante, y es una cosa que se puede hacer, sino uno es malo, realmente malo. Ellos secuestran a un ex jefe de policía, y de una manera muy cleaver, muy inteligente. Julius es uno de los secuestradores, pero es un tonto. Además le gusta mucho comer. Entonces, se pasa la vida cocinando y cocinándole a los demás y buscando comida, esa es su gran falla, casi al final, cuado los están interrogando, el suplicio para Julius es que no le dan de comer. Entonces le sacan todo lo que tenían que sacarle haciéndolo pasar hambre.
-¿Esa novela está ambientada en Chile?
Está ambientada en Frankfurt, Alemania.
-¿Y los secuestradores?
Son argentinos e italianos. Algunos son los mismos italianos. Hay un Gigi, pero un Gigi mucho más compuesto que el verdadero Gigi, un caballero. En fin, es una novela sobre un movimiento que se dice político pero que no tiene claro por qué están luchando, es decir, yo no tengo claro en la novela por qué no sabía qué poner. En fin, es medio nazi la cosa. Pero mueren todos así que no importa.
-¿Y cómo se llama esa novela?
El regreso. La he tenido completa años, pero la tengo que corregir.
-Me llama la atención que varios de tus cuentos sobre Nueva York hablen de personajes solos, abandonados, incomprendidos.
Son todos de mi familia, de la familia de mi ex marido. Casi todos son reales, gente que conocí y les cambié nombre. La vieja que recoge porquerías de la calle, esa es una tía de mi marido. Cuando llegué a Nueva York, en la década de los ‘50, el barrio al que llegué era noventa y nueve por ciento judío, los únicos que no, eran cubanos o latinos. Así que conocí muy bien a esa gente.
-¿Esos cuentos de Nueva York son los que más aprecias?
Sí. Era una etapa de mi vida en que vi mucho. Una etapa en que estoy escribiendo una especie de novela biográfica –Memorias dispersas, Skater memories-, que fue cuando llegué a Nueva York y lo recorría de noche. Andaba sola, entonces sí que andaba sola y se podía andar sola, y me iba a los teatros y conocía gente extraña no sólo de mi barrio. De repente me iba al Village y conocía gente de obras de teatro, de orquestas de cámara que me gustan a mí. Fue como abrir los ojos a una cosa diferente.
-¿No te han dado ganas de escribir en clave de ficción lo que fue tu historia en la DINA?
Es que no sé tanto de la DINA, me sería muy difícil. Mi experiencia ya la escribí y eso es todo lo que sé de la DINA. No sabría cómo, no soy tan buena escritora. No tengo la imaginación que se requiere para escribir novelas de espionaje, como las novelas inglesas de John Le Carre que son mis favoritas. ¿Lo has leído? El espía que regresó del frío es una de mis favoritas.
-¿Dices que no te consideras una escritora destacada?
No, te dije que no tengo imaginación. Tengo que escribir sobre lo que sé, porque la imaginación no me da para más. Yo jamás en la vida podría escribir un cuento como los que escribe Isabel Allende, por ejemplo, me podrían matar y no podría escribir una novela de ese tipo. Tampoco las puedo leer, confieso.
-¿Leíste Nocturno de Chile, el libro de Roberto Bolaño sobre los talleres literarios de Lo Curro?
Algo leí: cuando yo estaba presa, a una de las compañeras le llevaron un libro de Bolaño. Entonces ella me lo pasó para que leyera la parte donde figuraba yo. Y nada, escribe bien Bolaño, escribía bien, pero nada que ver conmigo. Leí esa parte.
-Bueno, el libro trata de eso. De los talleres literarios y del cura Valente.
Mira, ¿será cierto eso? Yo le tengo antipatía al cura Valente, pero nada más que por las críticas de El Mercurio. No me gusta el caballero, no me gustan los curas, pero él me gusta menos. ¿Todavía escribe en El Mercurio?
-Parece que sí.
Yo no leo El Mercurio, no lo recibo. No tengo Internet. No sé manejar el computador. Tengo un computador en la pieza pero no le gusto, es muy poco amistoso. Mi hermano compra El Mercurio y me guarda el de los domingos, lo traigo pero casi nunca lo leo. He estado por suscribirme a La Tercera, pero tampoco lo he hecho por esta incomodidad de vivir en edificio. No sé a qué hora me voy a levantar el domingo, si es que me levanto.
-¿Dónde escribes?
Escribo en cuadernos universitarios, esos grandotes. Escribo una página, escribo en otra, la rompo. No me hago mala sangre. Tengo una cantidad de cuadernos universitarios que ni te imaginas. Siempre le digo a Carlos (Iturra) que si yo me muero, por favor él los queme todos. Que no me haga el chiste de Max Brod.
-Puede ser injusto que discriminen tu literatura por tu pasado en la DINA, pero es natural que sea así, ¿no crees?
Es comprensible… Pero yo me conformo porque a Günter Grass le pasó lo mismo (ríe) Y él era mejor que yo. A Borges también. Pero mira tú, Hemingway: le fue muy bien y no era una especie de santo. Y el tiempo pasa tan rápido, eso es lo que asusta. Me habría gustado dejar obras completas, pero parece que ya no va a poder ser. Algún día voy a ordenarme. Es que es tan triste escribir y que una encuentre que lo hizo bien y trate de publicarlo y no te lo publica nadie. Y por razones ajenas a la literatura. Que tú sabes que está bien escrito, que está mejor que muchos otros que andan por ahí dándose vueltas, entonces yo trato de no hacerme mala sangre por eso. Pero no me dan ganas de escribir.
-Me refiero a que es una consecuencia de tu pasado, de lo que fue tu actuación en la DINA, es lo que has tenido que pagar en ese sentido.
Sí, pero he pagado mucho más de lo que hice, he pagado por dos, porque Michael la sacó mucho más fácil que yo, estuvo seis años en la cárcel y las cárceles en Estados Unidos son de lujo y con eso terminó su historia de DINA y vive una vida tranquila y feliz para siempre. En fin, todo sea por lo niños.
-Y tú, ¿por qué dices que has pagado?
Porque para mí lo más importante era escribir, esa era mi vida. Escribir y escribir hartos libros. Fuera de la familia y los niños que, claro, vienen primero, pero eso y escribir. Y bueno, los niños crecen y se van y lo escrito no sale a letra de molde, así que me fallaron los dos proyectos.
-O sea, ¿ese es el principal castigo?
Eso es.
-¿Y qué te provoca eso?
No te voy a decir que tristeza, porque no soy una persona triste, pero me provoca un poco de…un sentimiento de injusticia, de que las cosas no debieran ser así, de que alguien que hace algo debiera ser juzgado por lo que hizo y no por lo que no.
-¿Cómo era para ti eso de combinar esto de escritora aficionada o aspirante a escritora, con la otra posición de agente?
-Es que nunca tuve nada… no me dieron nunca nada que hacer como agente. Como agente me trataban muy distante. A mí nunca me dijeron secretos o me instruyeron en algo.
-Y en el caso de tus amigos especialmente vinculados a la literatura, ¿cómo no veían con extrañeza el hecho de que vivieras con militares y en ese ambiente?
No se veía ningún militar en mi casa. Nunca se veía ningún militar.
-Pero en el día ellos circulaban por ahí…
Pero no en uniforme. Nunca se vio a nadie con uniforme. Los pelados eran como los jardineros del barrio. Y los oficiales que iban lo hacían en camiseta y jeans. Así que los amigos míos nunca vieron militares en esa casa.
-¿Nunca vieron nada que pudiera haberlos hecho sospechar algo raro? ¿Te comentaron algo?
Absolutamente nada. Estaba Mike en una pieza más o menos de este porte, con un escritorio y con una especie de pizarra en la pared con cositas colgando, cositas electrónicas, enchufes, alambritos… Pero cosas que cualquier puede tener, además de jugueras, planchas, cosas que arreglaba… Había que conocer la casa para darse cuenta que no podían tener relación.
-A ver, ¿cómo era?
Ocupábamos dos pisos. Dos pisos habitables. Lo otro, lo que los chiquillos les ha dado decir que era un subterráneo, era un garaje para tres autos. Entonces del segundo piso había una escalera de cemento, se bajaba y se llegaba al garaje principal, y en el garaje principal había una piececita que era para la servidumbre y otra para guardar. Una bodeguita. Y pare de contar, no había más. En el primer piso había una pieza grande donde trabajaba Mike.
-Sobre la cochera.
Sobre la cochera. Y otra pieza un poco más grande que esta, que tenía un linóleo como este pero que nunca se le compraron muebles. Así que tenía unos escritorios, sillas, pero era como una familia que compra una casa grande y que no tiene plata para amoblarla, más o menos. Y después se subía por una escalera media torcida y se llegaba al tercer piso, que en realidad venía a ser el segundo, y ahí estaba el taller. Y ese piso estaba bien diseñado: había un living grande, como dos veces esto, y tres dormitorios, dos medianos y uno chiquito, y baño. Después, Mike, en esa misma pieza grande puso la cocina, entonces quedó la casa completa para vivir nosotros en ese piso. No teníamos necesidad de siquiera ir a los otros pisos, porque había pasillo que daba directamente afuera.
-¿Tenía entrada independiente el último piso?
No completamente independiente, como un pasadizo.
-Y los pelados, ¿donde dormían?
Abajo, en la cochera.
-Y el laboratorio de Eugenio Berríos, ¿dónde estaba?
Afuera, en la casa de cuidadores, completamente aparte de la casa.
-Por tanto, cuando llegaba la gente invitada, ¿entraba por la cochera?
No. Había una escalera larga que daba a un pasillo, donde estaba la puerta de entrada. Y entraban a las oficinas o a los talleres. Muchas veces Mike tenía la puerta abierta y entraron gente del taller a conversar con él. Y él los acogía como a cualquier visitante. Así que todos conocían esa especie de oficinita que tenía Mike con sus planchas y sus cosas electrónicas. Era fea la casa, mal diseñada, de material muy antiestético, de concreto, pintada blanca, como los cuarteles, mal pintada, no había nada de atractivo en esa casa.
-¿Y a ti acaso no te incomodaba o no te preocupaba llevar a la gente para allá a sabiendas de que era un cuartel de la DINA?
Es que a mí no me preocupaba que fuera un cuartel de la DINA. Yo no sabía nada de la DINA. Yo sabía que había un servicio secreto que se llamaba DINA porque cuando Mike entró le dijeron que era un servicio secreto que se iba a llamar DINA, pero no le dijeron de qué se trataba. Así que no tendría por qué haberme preocupado de que fuera eso un cuartel de la DINA.
-¿Qué impresión tenía Michael Townley de tus reuniones sociales en Lo Curro?
Es que él no tenía nada que ver. El pobre trataba siempre de hacer lo que yo hacía. Entonces, de repente se ponía a escribir. Y escribía harto mal. Con su mal castellano. Todavía tengo guardadas algunas cosas que me escribió.
-¿Escribía ficción?
No, cartas amorosas, poemas.
-¿Cuándo es que la relación se empieza a deteriorar?
Cuando empezó a funcionar más la DINA en la casa. Entonces empezó a ponerse más pesado el asunto. Y otra cosa que siempre me molestó, y que puede destruir un matrimonio, aprende de esto: llegaba atrasado, siempre, nos invitaban a comer a las nueve, llegábamos a las diez; nos invitaban a las diez, llegábamos a las once. Todo el tiempo. Yo estaba lista, siempre, y él se demoraba, se demoraba. Se daba unas duchas de 45 minutos. Son cosas que parecen tan nimias, pero que van socavando, molestando. A mí me daba vergüenza llegar a una casa con una hora de retraso y saber que nos habían estado esperando todo ese tiempo. Ya la vida social se nos fue a la cresta. Y cosas tontas también, como el asunto de la comida. Cuando empezaron a cocinar para esa gente que llegó, y que (Manuel) Contreras insistía en mandar a Lo Curro, empezaron a cocinar en unos tiestos tan grandes que al último la comida no tenía gusto a nada. Y no alcanzábamos a cocinar para toda la gente. Entonces, de repente miraba a mis niños, y tenían un plato de carbonada así chiquitito, y carbonada todos los días. Me decían: Mamá, por qué estamos comiendo tan mal. En realidad estábamos comiendo pésimo. Y le alegaba a Mike, y Mike se enojaba. Mike solía enojarse. Esas fueron las tonterías que fueron minando la relación. Lo otro: él trabajaba hasta las dos de la mañana. Yo ya estaba durmiendo cuando subía. Así que ni lo veía ni conversaba con él. Si tenía que decirle algo, se lo dejaba por escrito. O se lo pasaba a la Alejandra (la secretaria). Eso me aburrió. Y lo otro que fue la gran desilusión, que cuando estalló el asunto de (Orlando) Letelier y se pusieron a buscarlo, entonces dependía demasiado de mí. Yo habría esperado de él que fuera más valiente. Que se las arreglara solo. O con sus amistades, pero quería que siempre lo ayudara yo.
-¿Sigues en contacto con Townley?
No, los niños sí… Después él estuvo en la cárcel y se suponía que yo iba a ir a Estados Unidos y que iba a irme a vivir con él una vez que saliera de la cárcel. Pero yo no tenía la menor intención de quedarme a vivir en Estados Unidos, porque se iba a quedar a vivir como testigo protegido, y eso es horrible. Yo no tenía intenciones de hacer eso y tampoco de quedarme con él, la verdad de las cosas. Yo había encontrado un… ¿cómo lo describo?, un pololo, un inglés que había pasado por acá y me aproveché de eso para decir que yo no me quería quedar en EE.UU.
-¿Y después no se comunicaron?
En realidad nos comunicamos. Fui yo también como testigo y nos juntaron. Él había salido de la cárcel y estaba como testigo protegido. Esa fue la última vez que estuvimos juntos. Conversamos, le expliqué mi punto de vista, por ningún motivo me iba a ir vivir a Estados Unidos. Pasara lo que pasara yo de Chile no me movía, porque en Chile se quedaban los niños y mi mamá, que es muy importante en mi vida. Me podría haber quedado allá. Y podría no haber pasado las rabias que he pasado ahora. Pero no, prefiero enfrentar lo que viene. Encontré terriblemente aburrida la vida en Minnesota. Y sé que Michael seguramente vive en una ciudad como Minnesota, como Minneapolis, esas ciudades del centro de Estados Unidos que son enfermas de aburridas y llenas de campesinos. A los testigos generalmente los mandan a esos pueblos del oeste donde la vida es más barata y la gente es más piadosa. Así que ahí estará. Sé que ha subido de peso y que pesa más de cien kilos. Está hecho un cerdo. Se ha casado dos veces desde la última vez que lo vi. Se me ocurre que no me gustaría.
-Entiendo que enviudó.
Una vez.
-¿Y ahora está emparejado de nuevo?
Uf, cuatro meses después de muerta la señora. No se demoró nada en encontrar otra.
-Él no sólo reconoció que fue el autor material del asesinato de Prats, sino que además dijo que tú estabas al lado de él al momento de detonar la bomba.
Sí, ¿pero cuánto de cierto hay en eso? El dijo eso, pero también sé que había mucha gente involucrada en eso y que él trató de proteger a cuanta gente pudo. Y que hay muchos que gozan de plena libertad y que estuvieron involucrados en eso y yo no sé hasta qué punto.
-¿Y qué te parece a ti que él haya dicho eso?
Una estupidez. No sólo una estupidez, sino también una falta de criterio tremenda. Pero lo que él me dijo -porque él me llamó por teléfono para darme explicaciones- es que pensó que por ser yo su mujer a mí no me podían tocar. Porque en Estados Unidos creo que la ley es así, que los cónyuges no pueden acusarse entre sí.
-¿Y tú te sentiste traicionada por él?
(Silencio) Me sentí molesta, más que nada. Me dio lata, hastío, y no por mí, porque yo ya estaba demasiado metida en este baile: por los niños. Porque que yo fuera a la cárcel para mí no significó mucho. Significó más conocimientos, significó un lote de… ¿cómo te dijera?… beneficios. Si no hubiera sido por los niños yo hubiera estado feliz de ir a la cárcel. Pero por los niños lo sentí mucho y me dio mucha rabia con él, porque no pensó en los niños.
-¿Eso provocó un problema, una distancia entre tus hijos con su padre?
(Silencio) Hay una distancia, claro que sí. Me llamó una noche y me dijo que estaba muy, muy, muy triste. Pero no me dijo por qué ni me dijo qué pensaba hacer. Pero yo tampoco le pregunté. No le pregunté nada. Lo escuché y le dije qué lástima, trata de sobreponerte, en fin. Ya todo está dicho, todo está terminado.
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